martes, junio 25, 2013


La lectura del crítico no debe ser una lectura imparcial o neutra, sino tan radicalmente personal y parcial que ponga en evidencia y transparente los materiales culturales, biográficos e ideológicos sobre los que se asienta lo personal, el hardware y el software de su personalidad lectora. Como ciudadano común que es, tendrá sus propios intereses y prejuicios, pero como crítico está obligado, primero, a conocerlos, y, segundo, a controlarlos. Si por motivos que sean esos intereses intervienen en su proceso de lectura sin ser reconocidos como tal, su lectura será fraudulenta. Toda lectura es una lectura interesada, pero en la del crítico sus intereses propios - ideológicos, literarios, autodescriptivos, profesionales, crematísticos, a los que, al meos en principio, ni tiene ni debe puede renunciar, tendrán que estar integrados en el interior del mecanismo de lectura, sin que sirva como escape pretender su ocultamiento bajo el manto de una previa declaración expresa que pretenda así neutralizarlos en su proceso de lectura.

La lectura del crítico está obligada a ser honesta, pero no desde un punto de vista moral - cada uno es libre de escoger el infierno que prefiera -, sino desde el punto de vista que la propia operación de leer exige a quien va a interferir sobre la lectura que una comunidad va a haer de sí misma. Se trata en consecuencia de una honestidad intelectual y de una honestidad política. La crítica exige ese mínimo nivel de honestidad. Por debajo sólo hay publicidad o adulación.

Constantino Bértolo, La cena de los notables.

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