En la planta baja de aquel hospital, asomado a una ventana que después de tantos años aún podía reconstruir con precisión, juró no permitir que la vida pasara solamente: había demasiada oscuridad, dolor a carretadas, por eso, en las treguas, ya fueran de semanas o de años, él iba a perseguir la cola del cometa, un destello profundo como el del autobús que, iluminado por dentro, pasó a unos metros de distancia horadando la noche. Allí el futuro abogado se soñó salvaje, sin aspirar a la heroicidad pero sí a la construcción de un carácter que fuera como una herramienta, resistente y útil para dirigir la energía. No había cumplido nada. Horarios, dinero, contratiempos, habían convertido su vida en una más, llena de transacciones y pequeños arrepentimientos. La tormenta ha hundido el barco, ya no me alcanzan los vasos para sacar el agua, le había dicho su madre en las ráfagas de conciencia de las últimas semanas. Y también, acariciándole el pelo, dijo: "Navega, velero mío, sin temor", los versos que él mismo le había enseñado cuando era niño.
Belén Gopegui, Acceso No Autorizado.
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