En el brillante sol de la tarde uno veía que su piel ya no era como los lirios blancos, tenía el matiz de marfil de las gardenias que empiezan a marchitarse. La mata de negro azulado parecía más que nunca demasiado abundante para su cabeza. Tenía arrugas, y cierta nueva tirantez en las comisuras de la boca. Pero lo asombroso era cómo estos cambios podían esfumarse en un instante, borrarse por completo con un destello de personalidad; y uno lo olvidaba todo de ella menos a ella misma.
Willa Cather, Una dama extraviada. Traducción de Ismael Attrache.
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