sábado, noviembre 22, 2008

Cuanta Solaera (y 2)

Tratar de pronunciar Olga Kurylenko mientras se mira la foto es toda una aventura.

El éxito renovado de las series televisivas es un codazo inmenso a la ficción cinematográfica: si, recordaba Jordi Costa en la antigua Dirigido Por (número 176, enero de 1990), The Time Out Film Guide sostenía que El Imperio Contrataaca era un producto para la generación televisiva, nadie dudara en situar este díptico Casino Royale-Quantum Of Solace como un equivalente para estos renovados consumidores de ficciones que, como señala el excelente La Caja Lista, están acostumbrados a productos audiovisuales de unas inusuales y logradas ambiciones estructurales y narrativas.

Recordaba Nacho Vigalondo que la estupenda trilogía de Jason Bourne se caracterizaba por los guiones de cada entrega se pliegan sobre los otros con una naturalidad casi imperceptible (los villanos de la tercera se anuncian en la primera, por ejemplo). Y la solidez del tono hace que el "Más de lo mismo" sea celebrado, como en nuestras series favoritas. Esta película de Bond parece conformar con la primera un equivalente a un episodio piloto y a una aparatosa season finale. Tal es la conexión entre las dos películas que comparten los mismos personajes secundarios y uno intuye que ninguno de los que aquí aparecen, volverán, más allá de esa renovada Quantum.

Igual que Ultimate X-Men o cualquier otra variante de ultimatera de Marvel, este Bond ya tiene a su peculiar revisión de la clásica SMERSH/SPECTRA, pero, tal y como señalaba Roberto Alcover Oti a propósito de Misión Imposible 3, los tiempos han cambiado y ahora héroes y villanos siempre tienen una sensación de pérdida aún mayor. De hecho, tanto Dominic Greene como Le Chiffre no son esos habituales villanos y esto encaja mucho, puesto que este Bond que ha perdido ya su condición de comedia privilegiada en la Guerra Fría, no es más que ahora que un MI6 desencajado ante un nuevo mapa mundial post11S. En cierto sentido, puede interpretarse este díptico casi como una reconstrucción identitaria de lo British, a través de un hombre tan rebelde, como en el fondo, satisfactorio. Ayudan a dar buenas sensaciones una estupenda Olga Kurylenko, hipnótica en su papel de muñequita herida y vengativa, el siempre atronador Amalric y una elegante Gemma Arterton.

El verdadero compromiso intelectual de nuestros días: publicar dos fotos de Olga Kurylenko en un post y pretender lectores.

La contratación de Dan Bradley, habitual coordinador de las escenas de acción de Bourne, evidencia que la saga tiene un par de detalles desagradablemente bournizados: una pelea cuerpo a cuerpo y una persecución inicial inneceseriamente clónicas, que evidencian cierto deje que no hacía demasiada falta. Tampoco el hecho de que esta sea una pérdida parece muy casual, revisando El Mito de Bourne, otra película que abría una herida emocional en el protagonista y que concluía en el Ultimatum.

En Devil May Care de Sebastien Faulks, novelista respetado por sus pastiches hemingwayanos, 007 se encuentra con los Rolling Stones, igual que James Bond se topa aquí con una agente llamada Strawberry Fields. Toby Litt bucea en su mejor, con diferencia, momento:

"Bond and Scarlett went into a spacious air-conditioned room that was painted crimson: floor, ceiling, walls - there was nothing in the room that wasn't poppy-red. Behind a desk stood an old-fashioned swivel chair with a maroon leather seat, and in it sat a man with an outsize gloved left hand."

Lo mismo ocurre con esta Solaera. El mejor momento ocurre cuando la agente Strawberry Fields, que va vestida con una sola gabardina (y nada debajo de ella) y da un toque puramente Bondesque como señala Zito, pasa a recoger a nuestro agente al aeropuerto de Bolivia y trata de infiltrarle en un hotel de Mala Muerte con una excusa convincente (dos profesores con un año sabático). Bond cambia de opinión y usa esa excusa convincente con un motivo casual para irse a un hotel de lujo (a esos maestros que se inventan les ha tocado la lotería).

Igual que Faulks, Forster entiende entonces a la perfección lo mejor de Bond: funciona mejor cuando menos se lo plantea. Las novelas de Fleming y las mejores películas de Bond quedan ejemplarmente representadas en la escena de la Ópera, una versión loquísima de cualquier set piece típicamente Coppoliana, en la que se borra el sonido y sólo quedan encuentros imposibles entre héroes y villanos de forma perpetua y a ratos endiabladamente trágica: Bond carece del pathos de la tragedia, pero está condenado a revivir una y otra vez en las representaciones de las mismas estructuras. Por eso cuando Forster deja hablar sólo a la música le elimina esa gravedad que luego crece, hasta llegar a un plano final casi insatisfactorio, pese a esconder una buena idea respecto a Lynd.

Quantum of Solace deja la sensación de que hay Bond para rato, pero Forster y el equipo de guionistas de Purvis-Wade-Haggis no parecen entender que una película de este superhéroe glamouroso funciona mejor cuanto más rápido va. Esa obsesión de rompecabezas (el desenlace de Lynd, la subtrama boliviana) le quita una velocidad que la película parece tener ganada en sus más genuinas set pieces (la montesa saltando submarinos, Bond y un esbirro peleándose en los extremos de una cuerda que sujeta una campana, la huida del avión).

2 comentarios:

Salanova dijo...

Jajaja. Apuntar que su post es excelente es algo obvio. Lo importante es remarcar su uso de sus revolucionarios y descharrantes pies de foto: Lo mejor de la semana.

Anónimo dijo...

Otro punto que refuerza las dos peliculas es el uso de los elementos opuestos: Vesper muere en el agua, en los canales de Venecia. En Quantum la ultima escena es en medio de un fuego, con la Kulyenko asustada como una chiquilla y Bond temiendo perderla en ese elemento primordial.