Sherlock Holmes (2009, Guy Ritchie)
El Hombre Lobo (The Wolfman, 2010, Joe Johnston)
Hay una niebla cuantiosa en el Londres descrito en estas dos películas, pero mientras que una es una ciudad al borde del Cambio, mutante y de finales de una época, la otra es una urbe inhóspita quizá por lo anclada que parece en un lugar pasado.
Sherlock Holmes no parecía el más sugerente de los blockbusters: una franquicia lanzada por un Joel Silver sediento de taquillazos y auspiciada por el renovado carisma de un renacido Robert Downey Jr. El resultado es, a todas luces, sorprendente. Mientras que el cine desfigura toda imagen del canon haciéndola verosímil (la idea de un Holmes respetable por su inteligencia es de las viejas películas que protagonizó Basil Rathbone) , no está mal que una película que podría pasar por la más subversiva de las adaptaciones, rescate la idea de un Holmes obsesionado y la evidencia que Pere Gimferrer señaló en su Dietario: Holmes vive en un mundo en el que no hay menor resquicio para la anomalía porque la esfera de actividades es relativamente reducida. Ahí está la esencia de Holmes, ser el "oráculo de la era victoriana" y esto lo capta la película con su subtrama de espirista al que el detective desenmascara. También hay comentarios muy divertidos sobre una vida doméstica Holmes-Watson de subtexto gay y una domesticación bienvenida del siempre bobalicón Ritchie que usa su talento para describir de un modo contemporáneo a Holmes: sus habituales peleas callejeras tienen ahora una no-linealidad gracias a la concepción superdotada y deductiva del protagonista de la batalla. Hay una narrativa de comicbook (el film empieza resolviendo un caso) y cierta sensibilidad steampunk, en la medida en que se especula con el Pasado desde una perspectiva del presente.
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John Landis dirigió el fundacional videolcip de Thriller, esa canción zombie que empezaba con aullidos de licantropía, en 1983 y esto no era una sorpresa, al menos si se atendía a su labor en Un hombre lobo americano en Londres (1981), su clásico y gran summa posmoderna en el que la música pop (las versiones de Blue Moon, el Moondance de Van Morrison, el Bad Moon Rising de los Creedence Clearwater Revival) era el mejor método de trasladarnos el pathos de su joven protagonista. La licantropía como cuestión musical, pues. Danny Elfman no podía ser mejor elección para este remake del film de 1941 ya que los ojos están puestos en recrear un espejismo gótico del Canon Universal.
Hay algo curioso en el film de 1941: no es el más destacado del Canon, carece de la inventiva de un Browning o de la alucinante poesía del James Whale de La Novia de Frankenstein (indudablemente el punto más alto del Estudio y del Canon), ni la primera película de Hombres Lobo del Estudio ya que, como ha recordado Tones, fue Werewolf of London (1935, Stuart Walker). Escrita por Curt Siodmak (autor de la novela Donovan's Brain y del libreto de I walked with a zombie) y dirigida por el productor George Waggner, la personalidad de la película recae en el trabajo inolvidable de Jack Pierce, en la logradísima niebla que trajo Joseph Valentine, el operador del Hitchcock de La sombra de una duda (1943). El peso del film recae, además, en actores en estado de gracia: desde el mano a mano entre Lon Chaney Jr. y Claude Rains hasta un Bela Lugosi haciendo de gitano. Es decir, en su condición abierta de diversión, con la repetición de un poema inventado por Siodmak como prueba de esto:
Even a man who is pure in heart
and says his prayers by night
may become a wolf when the wolfbane blooms
and the autumn moon is bright.
El poema abre su remake, en claro homenaje (no es el único: aparece la tienda de objetos y el gitano de Lugosi hace un cameo inolvidable condensado en Tim Curry) al film de Waggner, pero uno esperaría que sus protagonistas dijeran las líneas de Catherine Earnshaw: I've dreamt in my life dreams that have stayed with me ever after, and changed my ideas; they've gone through and through me, like wine through water, and altered the colour of my mind.
Larry Talbot no es mordido por un lobo misterioso, sino que todo adquiere una noción freudiana importante: del hombre de negocios a un actor experto en papeles Shakesperianos, en personajes llenos de duda y tormento. Pero este es el mismo tumulto de la película: quiere ser un espectáculo gore divertidísimo para fans del género, respetando el diseño de Pierce en un gran trabajo de Rick Baker, justamente el maquillador estrella de Un hombre lobo americano en Londres, pero también un melodrama gótico á la Wuthering Heights, incluso un remake en clave de homenaje y tiniebla. Es lo suficientemente divertido y extraño para mantener su pulso, pero es todo lo desbalazado que a una película con un proceso de gestación tan desastroso se supone: como me comentaba Tonio L. Alarcón, el film tiene un estilo visual absolutamente distinto en sus dos mitades en las que se nota el cambio de montadores (Dennis Virkler, Walter Murch y un no acreditado Mark Goldblatt), pero además todavía hay rastros de Mark Romanek que fue despedido tras completar la preproducción. Hay suficiente diversión, pero tantas, demasiadas dudas: entre ellas un final que fuerza prolongar la maldición. En asuntos de licantropía y monstruos clásicos el resto no puede ser silencio.