Stephen King, Hampones con chaquetas amarillas. Traducción de Carlos Milla Soler.
Corazones en la Atlántida es un libro de relatos, pero sería conveniente detallar que se trata de una nouvelle y cuatro relatos. La novelita, Hampones con chaquetas amarillas, fue adaptada con el título del libro en 2001 por William Goldman, en un conmovedor esfuerzo por resultar todo lo fiel posible al libro de su amigo, al que ya había adaptado en varias ocasiones. Es uno de los mejores trabajos de King. Un relato a caballo entre la hermosa historia americana de iniciación y su perversión. Una historia, en definitiva, de una esperanza encarnada en un hombre, Ted, que enseña que hay que leer los libros de ficción dispuestos a la espesura, que hay que releerlos sobre todo y que la gran literatura jamás termina en la lectura, jamás ofrece todas sus pistas la primera vez o con el final. Es un momento precioso. Pero lo mejor es lo estricto que es King con su teoría. Hay un pequeño interludio metaliterario que implica El señor de las moscas de William Golding y una novela de Clifford Simak, Ring around the Sun.
Después todo se va a la mierda para el protagonista, hay una escena final tremenda y tristísima, y la crónica de cómo Bobby se convierte en el más prosaico (e incomprensible) de los delincuentes juveniles está lograda, rompe el tono de descripción detallada del inicio del relato. Pero sería un chiste, uno trágico y perverso, y no debe una obra tan prometedora terminar así. Hay un reencuentro, una correspondencia perdida, memorable hacia el final de esta obra mayor de su autor. Una posibilidad de que existan otros mundos. Toda esa posibildad reside, en realidad, en el lector: solamente es comprensible en la obra de Stephen King. Es un giro valiente y un cierre un poco menos triste, pero alejadísimo del alivio. Propone un homenaje a los lectores, pero les obliga a asimilar los desatinos de sus protagonistas, en contra de las expectativas y les fuerza a un final abrupto y perfecto. En el episodio final de Lost, Damon Lindelof demostró entender perfectamente esta maquinaria y saber trasladar parte de ella al audiovisual. Scott Hicks, que dirigió la citada adaptación de Goldman, realizó una película convencional y apenas nostálgica.