Michel Houellebecq; Plataforma.
Traducción de Sergi Matarín, Barcelona, Empúries, 2002.
Gil Padrol ha escrito unas cuantas palabras dedicadas a Michel Houellebecq en el último dossier de la revista Quimera. Lo ha hecho junto a Germán Sierra y Ernesto Castro, entre otros. Su texto me parece el mejor. Gil Padrol es joven y apasionado y su texto es ¿adivinan? todo lo que se le podría pedir a uno como ése, el mejor lector de Houellebecq posible. Fijaos en lo que ha hecho antes (escribir sobre y a Easton Ellis), lo que hará luego (entrevistar a Ben Brooks). Tengo un reparo importante con él, claro. Desvirtúa Padrol la biografía de Henri-Levi, ligándolo a uno de sus profesores, Jacques Derrida, y obviando la intención de tomar partido en el espacio público, algo que de lo que Henri-Levi hizo bandera. De ser un intelectual de la esfera pública, además de relevante. También creo, como Padrol, que Houellebecq allana su inteligencia en sus textos, emplea el truco permisible de permitir a esos grises yoes ser un poco más cultos de lo que esperamos. Y que no hacen falta mayores retruécanos filosóficos; tal es su claridad y su método. Yo creo que Houellebecq está por encima de Easton Ellis y ojalá me refiriera solamente a la calidad literaria.
Me refiero a que los personajes de Easton Ellis son mucho más fatídicos, pero bueno, eso lo único que hace es que sus novelas sean, en esencia, mucho más fatídicas y efectistas. Con esto no quiero decir que Houellebecq no tenga sus efectismos: sus escenas de sexo, como la de Jean-Yves con la quinceañera, pueden salvar del pozo la narración. Lo que quiero decir es que Easton Ellis depende de sus efectos. Y Houellebecq, que es francés, se permite la licencia de ensayar, escribir poesía, parlotear sobre sus referentes en voz altísima, ni falta hace notar que Nietzsche, germánico y paródico macho, es mucho menos que Schopenhauer en su universo, como tampoco que esta novela, estupenda, gloriosa, trata de la llegada al mundo contemporáneo, es decir a la llegada del capitalismo tardío, vamos, expansivo.
Por decirlo de una manera brusca, esto es Bataille conoce al capitalismo, o sea que esas pulsiones de amor y muerte sobre las que escribió el crítico francés no son otra cosa que las directrices, los latidos de este mundo contemporáneo. No se trata del vacío, de esos zombies poseídos por la marca, viejo moralismo del norteamericano, se trata de algo mucho mejor: el amor es, a lo sumo, un misterio inalcanzable y después de eso solamente queda muerte.
Élan de vie, eso Houellebecq lo encuentra en cada felación y si eso no es un hallazgo, sí lo es que este Michel amargado, hastiado, sin otro tamboreo que el de un best-seller pocho o, esto es Francia, un libro de Augusto Comte, pueda funcionar como espejismo: a fin de cuentas, "la piel, tierna" es el mayor descubrimiento que hará él en su aventura.
1 comentario:
«El artista presenta al mundo una condición particular». Esta condición particular no es la de «¡Oh! El artista es más inteligente que los otros. O más creativo. O el artista está más loco». Sí; algo de eso habría, disperso y en desigual cantidad entre quienes se consideran artistas. Ahora la condición más curiosa de quien produce Arte no es ni la creatividad, ni la inteligencia, ni la locura. La condición más particular de un artista es «una alta tolerancia frente a lo que casi todos consideran siniestro». Alta tolerancia al dolor. Alta tolerancia a la desdicha. El artista «suele» ser desdichado. Ahora pues, nadie desea ser desdichado. Y como en general nadie se desea la desdicha, pues en general son pocos los artistas.
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