sábado, marzo 29, 2014
al llegar la noche en que el alma
iba a serle reclamada
he aquí que al no aguantarse
la entregó una hora antes
la nuit venue ou l'âme allait
enfin lui
être reclamée
volà-t-il pas qu'incontinent
il la rendit une heure avant
Samuel Beckett, Letanías, 1976-1978. Traducción de Jenaro Talens.
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jueves, marzo 27, 2014
ROTH: En El libro de la risa y el olvido, sin embargo, hay otras cosas en juego. En una pequeña parábola, compara usted la risa de los ángeles con la risa del diablo. El diablo ríe porque el mundo de Dios no tiene sentido para él; los ángeles ríen de alegría, porque en el mundo de Dios todo tiene su sentido.
KUNDERA: Sí, el hombre utiliza la misma manifestación fisiológica - la risa - para expresar dos actitudes metafísicas distintas. Si de pronto a alguien se le cae el sombrero encima del ataúd, en una tumba recién abierta, el entierro pierde todo su sentido y nace la risa. Dos enamorados corren por un prado, cogidos de la mano, riéndose. Su risa no tiene nada que ver con ningún chiste ni con ninguna clase de humor: es la risa seria de los ángeles cuando manifiestan su alegría de existir. Ambas modalidades de la risa forman parte de los placeres de la vida, pero, llevados al extremo, también indican un apocalipsis dual: la risa entusiasta de los fanáticos-ángel, tan convencidos de su importancia en el mundo, que están dispuestos a colgar del cuello a todo el que no comparta su alegría. Y la otra risa, procedente del lado opuesto, la que proclama que nada tiene ya sentido, que hasta los entierros son ridículos y que el sexo en grupo es una mera pantomima cómica. La existencia humana tarnscurre entre dos abismos: a un lado, el fanatismo; al otro, el escepticismo absoluto.
ROTH: Lo que ahora llama usted risa de los ángeles es una nueva manera de denominar la "actitud lírica ante la vida" de sus novelas anteriores. En una de sus novelas, dice que la era del terror estalinista fue el reino del verdugo y del poeta.
KUNDERA: El totalitarismo no es sólo el infierno, sino también el sueño del paraíso: el antiquísimo sueño de un mundo en el que todos vivimos en armnía, unidos en una sola voluntad y una sola fe comunes, sin guardarnos ningún secreto unos a otros. También André Breton soñaba con este paraíso cuando se refería a la casa de cristal en que ansiaba vivir. Si el totalitarismo no hubiera explotado estos arquetipos, que todos llevamos en lo más profundo y que están profundamente arraigados en todas las religiones, nunca habría atraído a tanta gente, sobre todo durante las fases iniciales de su existencia. No obstante, el sueño del paraíso, tan pronto como se pone en marcha hacia su realización, empieza a tropezar con personas que le estorban, y los regidores del paraíso no tienen más remedio que edificar un pequeño gulag al costado del Edén. Con el transcurso del tiempo, el gulag va creciendo ent amaño y perfección, mientras el paraíso a él adjunto se hace cada vez más pobre y más pequeño.
ROTH: En su libro, el gran poeta francés Paul Éluard se eleva hacia los cielos con el paraíso y el gulag, cantando. ¿Es auténtica esta anécdota?
KUNDERA: Después de la guerra, Éluard abandonó las filas del surrealismo para convertirse en el mayor exponente de lo que podríamos llamar "poesía del totalitarismo". Cantó la fraternidad, la paz, la justicia, el mañana mejor, la camaradería, en contra del aislamiento, a favor de la alegría y en contra del pesimismo,a favor de la inocencia y en contra del cinismo. Cuando, en 1950, los dirigentes del paraíso sentenciaron a un amigo suyo, el surrealista Závis Kalandra, a morir en la horca, Éluard no se permitió ningún sentimiento de amistad: se puso al servicio de los ideales suprapersonales, declarando en público su conformidad con la ejecución de su camarada. El verdugo matando, el poeta cantando.
Y no sólo el poeta. Todo el período estalinista fue un delirio lírico colectivo. Es algo que ya está completamente olvidado, pero resulta de crucial importancia para entender el caso. A la gente le encanta decir: qué bonita es la revolución; lo único malo de ella es el terror que engendra. Pero no es verdad. El mal está presente ya en lo hermoso, el infierno ya está contenido en el sueño del paraíso; y si queremos comprender la esencia del infierno hemos de analizar también la esencia del paraíso en que tiene origen. Es extremadamente fácil condenar los gulags, pero rechazar la poesía totalitaria que conduce al gulag, pasando por el paraíso, sigue siendo tan difícil como siempre. Hoy, no hay en el mundo nadie que no rechace de modo inequívoco la noción del gulag, pero todavía queda mucha gente que se deja hipnotizar por la poesía totalitaria y se pone en marcha hacia neuvos gulags al son de la misma canción lírica que entonaba Éluard mientars planeaba sobre Praga como un gran arcángel del lirismo, con el humo del cadáver de Kalandra elevándose al cielo desde la chimenea del crematorio.
ROTH: Lo característico de su prosa es la constante confrontación entre lo privado y lo público. Pero no en el sentido de que el telón de fonda de los relatos privados sea lo público, ni de que los hechos políticos invadan las vidas privadas. Es, más bien, que usted continuamente nos está haciendo ver que los hechos políticos están gobernados por las mismas leyes que los privados, lograndoa sí que su prosa se convierta en una especie de psicoanálisis de la política.
KUNDERA: La metafísica del hombre es la misma en la esfera privada que en la pública. Tomemos, por ejemplo, el otro tema del libro, el olvido. Éste es el gran problema privado del hombre: la muerte en cuanto pérdida del yo. Pero ¿qué es el yo? Es la suma de todo lo que recordamos. Así, lo que nos aterroriza de la muerte no es la pérdida del futuro, sino la pérdida del pasado. El olvido es una forma de muerte que siempre está presente en la vida. Ése es el problema de mi protagonsita femenino, que trata desesperadamente de preservar la evanescente memoria de su amado marido difunto. Pero el olvido es también el gran problema de la política. Cuando una gran potencia quiere despojar a un pequeño país de su conciencia nacional, acude al método del olvido organizado. Así está ocurriendo actualmente en Bohemia. La literatura checa contemporánea, en la medida en que aún conserve algún valor, lleva doce años sin imprimirse. Hay doscientos escritores checos proscritos, incluidos algunos que ya no viven, como Franz Kafka. Ciento cuarenta y cinco historiadores han sido destituidos de sus cargos, se ha vuelto a escribir la historia, se han echado abajo muchos monumentos. La nación que pierde conciencia de su pasado también va perdiendo gradualmente la conciencia de sí misma. Y así, la situación política arroja una luz brutal sobre el problema metafísico ordinario del olvido, el que estamos enfrentando todo el tiempo, todos los días, sin prestarle atención. La política desenmascara la metafísica de la vida privada, la vida privada desenmascara la metafísica de la política.
Philip Roth, El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras. Traducción de Ramón Buenaventura
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jueves, marzo 06, 2014
De manera que cuando amanece ese primer control del poder destructivo adolescente mediante el signo de lo Bello, el relumbre solar nos impide ver lo que rampa tras la mancha de fuego, y no es sino otra potencia (o divinidad) de igual calibre, aunque opuesta. El dios llamado "Terrible", "Irremediable" o "Inevitable", carece de signo visible, pero se oculta detrás del signo lingüístico más propiamente griego. Hasta mucho más tarde, cuando ya casi no quede nada en verdad viviente, no hemos podido abstraerlo o controlarlo. No tiene rostro ni cuerpo, ni estatua ni templo, aunque es tan griego como su gemelo invertido. En esa su invisible intagibilidad basa la persistente acción, inadvertida, artera. Su nombre, Ananké, debería espluznarnos, pero sólo su nombre, ya que no conocemos ni sus ojos, ni su torso, ni si es macho o hembra, ni si habita en grutas o palacios, ni si lo cubre casta túnica o se exhibe en obscena burla de nuestra repugnancia.
Si de Ananké, lo inevitable, lo necesario, lo irremediable, sólo conocemos su nombre (bajo diversas formas, porque también se llama Moira y Tyké y aún puede ser llamado de otras maneras), será porque se trata de la más dificultosa de las potencias, aquella que sólo puede ser abstraída y controlada mediante signos lingüísticos, peroes inasequible al a piedra y a la luz. Y así como los jóvenes asesinos sexuales se paralizan en la bella estatua del parricida Orestes que sólo invita al a reproducción armónica, así quizá Ananké sólo pueda caer cautiva mediante un conjuro. Los griegos dan un paso más hacia la magia y la brujería del control cósmico, el gran arte cristiano que se ejerce a la sombra de la cruz para dominar y abstraer las fuerzas terrestres.
Que lo Inevitable está por encima de los dioses es asunto comprensible y digno de encomio. Ni Zeus puede conseguir que la línea de puntos que forma la circunferencia incluya un punto, uno sólo, cuyo radio sea distinto al de sus infinitos hermanos. Hermenes no venderá un caballo por el precio de una maldición tebana. Afrodita no puede impedir que sólo las hembras hagan ofrenda de sangre al os circuitos lunares. Hay asuntos que a los dioses les vienen tan impuestos como a los mortales y por eso inclinan su hermosa cabeza y se resignan, algo que no hará su sucesor, el Cristo, mago inmenso que resucitará muertos, maldecirá una higuera por no dar fruto en febrero y, si así lo desea, detendrá el pausado deambular de los círculos celestes. Pero los bellos dioses no. Los bellos dioses están limitados por una ley superior e inevitable.
La imposibilidad, no obstante, es neutra, ni afirma ni niega. Cuando Hölderlin apunta que "nosotros [los mortales] antes que los dioses hemos conocido el abismo", está señalando que sólo los mortales conocemos el inmenso infierno de lo negativo: el tedio, el dolor, la melancolía, la desolación, el sufrimiento, el hastío, el desamparo, la angustia, la consternación. No obstante, lo inevitable no pertenece al orden de lo negativo aquí insinuado, sino también al de lo afirmativo como que el día suceda a la noche, la lluvia a la sequía, que el caballo tenga un gran corazón,o que el cielo de bronce nos proteja sin razón ni causa.
Esta sujeción de los dioses a una necesidad incomprensible, incognoscible e intangible, garantiza que aunque su poder sea inmenso, tiene un perímetro de seguridad. Los dioses bellos no pueden enloquecer y por lo tanto no pueden estallar como adolescentes de manera que su colosal potencia arrase por completo a los humanos. Tienen un signo definido que abstrae y controla su lado siniestro. Así que se muestran en la cordura, en la limitación, en la permanencia como divinidad solar también inevitable. Contraste grande con el último dios, el cristiano, de quien no puede garantizarse la cordura puesto que no está sometido a Ananké, razón por la cual Descartes pudo especular sobre las espeluznantes consecuencias de que el dios de los católicos esté rematadamente loco.
Y así llegamos al último signo de ese primer mundo occidental dominador de la vida sin causa, pues entre las múltiples formas que abstraen y controlan las pasiones y fenómenos de la Tierra y que hacen que en todo intercambio brille el báculo de Hermse o en todo choque amoroso la húmeda de piel de Afrodita, no hay sin embargo lugar alguno o signo apra Ananké, ni figura ni aspecto, ni apariencia, pues de esta potencia no tenemos más información que la lingüística. Ya Malraux, en su tratado acerca de lo Sobrenatural, subrayaba esta peculiaridad: que siendo tabú la representación y el culto de lo Inevitable, no quedaba más remedio que aproximarse a esa deidad mediante la palabra, así que debíamos imaginar el templo de Ananké alzado con las piedras y la argamasa de la tragedia. Malraux lo escribía poéticamente y decía que las cariátides del templo de lo Inevitable son los versos trágicos.
Ahora entramos en ese templo construido con palabras. En un espacio vacío llamado escenario se enfrentan dos oraciones. Tienen un fondo escenográfico que nadie toma en serio pues es un simple telón sobre el que rebota el sonido, un límite convencional y prescindible. Delante de los agónicos (o agonistas, es decir, protagonistas) hay semircírculos de oyentes. La palabra trágica, el signo de lo inevitable, tiene lugar en el vacío y ese vacío es el templo de Ananké. Los discursos que enfrentan son poderosos versos a veces coreados, a veces danzados, porque la música es el andamiaje, el encofrado, la argamasa y la viguería de la palabra trágica.
Las dos oraciones que se enfrentan en el vacío, la de Antígona y la de Creonte, no luchan entre sí ni se destruyen mutuamente sino que muestran su mutua dependencia, su necesidad recíproca, lo Inevitable, esa potencia superior a los dioses en cuyo templo ahora asisitimos sobrecogidos a la destrucción de los héroes. Los divinos quieren ayudar a sus predilectos, a Antígona, a Orestes, a Edipo, pero al cabo se ven impotentes y cuando su protegido cae fulminado, agachan la cabeza y cantan que ni siquiera Zeus puede torcer a Ananké. El templo de la fatalidad se construye con música y palabras que relucen en el vacío, como las estrellas en la noche del mundo. Y en ese templo asistimos a la derrota de los dioses y a la mentira ignominiosa de lo Bello.
Félix de Azúa, Autobiografía sin vida.
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martes, marzo 04, 2014
No he tenido una vida feliz - dijo Annabellle-. Creo que le concedía demasiada importancia al amor. Me entregaba con demasiada facilidad, los hombres me dejaban tirada en cuanto conseguían lo que querían, y yo lo pasaba mal. Los hombres no hacen el amor porque estén enamorados, sino porque están excitados; me hicieron falta años para comprender un hecho tan obvio y tan simple. Toda la gente que me rodeaba vivía así, me movía en un medio liberado; pero no sentía el menor placer provocando o seduciendo. Hasta la sexualidad terminó asquéandome; ya no soportaba sus sonrisas de triunfo cuando me quitaba el vestido, sus caras de idiota cuando se corrían, y menos aún sus groserías una vez acabado el acto. Eran despresciables, pusilánimes y pretenciosos. Al final resulta penoso que te consideren ganado intercambiable, aunque a mí me considerasen una buena pieza por ser estéticamente irreprochable y se sintieran orgullosos de llevarme a un restaurante. Sólo una vez creí que la cosa iba en serio y me fui a vivir con un tipo. Era actor, tenía un físico muy interesante, pero no cosneguía abrirse camino; y era sobre todo yo la que pagaba las facturas del apartamento. Vivimos dos años juntos, me quedé embarazada. Él me pidió que abortara. Lo hice, pero al volver del hospital supe que se habia acabado todo. Me separé de él esa misma noche y me instalé durante cierto tiempo en un hotel. Tenía treinta años, era mi segundo aborto y estaba completamente harta. Era en 1988, todo el mundo empezaba a ser consciente de los peligros del sida; yo lo viví como una liberación. Me había acostado con docenas de hombres y ninguno merecía que lo recordase. Hoy pensamos que hay una época de la vida en la que uno sale y se divierte; después aparece la imagen de la muerte. Todos los hombres que he conocido tenían terror a envejecer, no paraban de pensar en su edad. Esa obsesión por la edad empieza muy pronto, la he visto en gente de veinticinco años, y luego no hace más que empeorar. Decidí parar, dejar el juego. Llevo una vida tranquila, sin alegría. Por las noches leo, me hago infusiones, bebidas calientes. Todos los fines de semana voya casa de mis padres, paso mucho tiempo con mi sobrino y mis sobrinas. Cierto que necesito un hombre, que a veces tengo miedo de noche y que me cuesta trabajo dormirme. Están los tranquilizantes, los somníferos; pero eso no basta del todo. En realidad, me gustaría que la vida pasara muy deprisa.
Michel guardó silencio; no estaba sorprendido. La mayoría de las mujeres tienen una adolescencia exaltada, se interesan mucho por los chicos y el sexo; poco a poco se cansan, tienen cada vez menos ganas de abrir las piernas, de curvar la espalda y presentar el culo; buscan una relación tierna que no encuentran, una pasión que ya no son realmente capaces de sentir; entonces empiezan para ellas los años difíciles.
Michel Houellebecq, Las partículas elementales. Traducción de Encarna Castejón.
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lunes, marzo 03, 2014
MATRIMONI
Tanca el ponent a fora,
tot l'estiu, la parada
fatiga de suburbi,
geranis i falcies.
Tens ordenada i neta
i a punt la nostra casa,
oi que sí? De seguida
començarem a dir-nos,
potser, velles paraules.
T'en riuràs, però sento
dintre, de sobte, rares
veus de Déu i manubris,
set de gos i missatge
de lents records que es perden
part enllà d'un pont fràgil.
I tu portes la tassa
de malalt i en silenci
t'asseus, mentres ens condemnen
els anys, els morts, l'enorme
balcó roent del vespre.
Salvador Espriu, Mrs. Death
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