sábado, mayo 17, 2014






-No estés demasiado seguro. ¿Para qué molestarse en escribir semejantes cosas? ¿No se ha hecho ya, una y mil veces? ¿Es imprescindible que escriba mi nombre en el Muro de las Lamentaciones? Para mí, los libros que cuentan, incluidos los míos, son aquellos en los que el escritor se incrimina. Si no ¿para qué molestarse? ¿Para incriminar a otros? Más vale dejarle esa tarea a nuestros superiores, ¿no te parece?, a ese astuto teatro yiddish que han creado, la llamada Crítica Literaria. Ay, esos nobles hijos judíos de mediana edad, con sus ritos de rebelión y expiación. ¿Nunca los has leído en la primera del Times dominical? Todos esos cazadores furtivos de chumino manifestándose como si fueran el viejo Tolstói. ¡Cómo se identifican con los humildes de la Tierra, cómo vigilan la llama sagrada que, dicho sea de paso, no les cuesta un puñetero centavo! Óyeme, todos esos judíos portadores de la cultura y profundo sufridores, lo que ncesitan es otro judío caíde en desgracia para que expíe en público sus pecados. Así que ¿por qué no yo? Así, sus mujeres no se enteran de nada, sus novias tienen a alguien sensible al sufrimiento a quien chupársela. Y funciona muy bien con la Facultad de Ciencias Musicales de la Universidad de Brandeis. Todos los años veo en los periódicos que los poderes fácticos, desde lo alto, les otorgan isnignnias al mérito para que se pongan en el pañuelo. Virtud, virtud ¿quién posee la virtud? No se ha visto mayor mafía judía desde los tiempos en los que Meyer Lansky estaba en su apogeo.


Philip Roth, El Profesor del Deseo (traducción de Ramón Buenaventura)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué grande Roth...
Un saludooo