miércoles, junio 18, 2014


El umbral y la chimenea son espacios míticos. Ambos tienen aspectos sagrados y ceremoniales en la historia de nuestro mito. Cruzar el umbral es entrar en otro mundo - el del interior o el del exterior - y nunca podemos estar realmente seguros de que hay al otro lado de la puerta hasta que la abrimos.

Todo el mundo ha soñado alguna vez con puertas familiares y habitaciones desconocidas. A Narnia se llega cruzando una puerta en un armario. En Barba Azul hay una puerta que no se debe abrir. Un vampiro no puede cruzal un umbral protegido con ajos. Abre la puerta de la pequeña Tardis y dentro hay un espacio enorme y cambiante.

La tradición de entrar en la nueva casa con la novia en brazos es un rito de paso; se deja atrás un mundo, se entra en otro. Cuando abandonamos el hogar paterno, incluso hoy en día, hacemos algo más que salir de casa con una maleta.

La puerta de nuestra casa puede ser una cosa maravillosa, o una visión aterradora; pero raras veces es solo una puerta.

El cruzar hacia dentro y hacia fuera, los distintos mundos, los espacios significativos, son coordenadas privadas que en mi ficción he intentado convertir en paradigmáticas.

Las historias personales funcionan para los demás cuando esas historias se convierten en paraidgmas y parábolas. La intensidad de una historia - por ejemplo, la historia de Fruta prohibida - se librera en un ámbito mayor del que una vez ocupó en el tiempo y en el espacio. La historia cruzal el umbral desde mi mundo al vuestro. Nos encontramos en los peldaños de la historia.

Los libros, para mí, son un hogar. Los libros no hacen un hogar, son un hogar, en el sentido de que hacemos como con una puerta, abrimos un libro y entramos. En su interior hay un espacio diferente y un tiempo diferente.

También hay un calor: una chimenea. Me siento con un libro y tengo calor. Lo sé desde las gélidas noches en el peldaño de casa.

Jeanette Winterson, ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? Traducción de Álvaro Abella Villar.

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