domingo, marzo 12, 2017

Detalles (1)


Por culpa del espacio, cada vez más pequeño, es normal que hablemos usando generalidades. Podemos incluso conceder a los más suspicaces del lugar que hay algo relacionado con la jerga de los lenguajes promocionales, claro.


¿Pero qué es el lenguaje promocional antes que eso sino una síntesis? La razón por la cual encontramos miradas lúcidas y profundas no es porque un publicista tomara decisiones sobre adjetivos, sino porque alguien decidió que ése lenguaje - el lenguaje que usaban ciertos tipos de personas - era conveniente para describir un libro, una película, etcétera con fines dobles.


Si seguimos el hilo del razonamiento, nos daremos cuenta de que es muy difícil explicar una novela. Uno la puede analizar usando marcos teóricos que otros nos han prestado o se puede esforzar en hacer un resumen esmerado de su argumento; pero rara vez contamos con la ocasión de explicarla. En los foros de novela, sean más profesionales o más agradables, hablaremos de ella haciendo cierto tipo de análisis (contextos, procedimientos) o profiriendo impresiones.


Esto se debe a muchas cosas. La primera es evidente, podemos empezar por una generalidad: estamos limitados. No tenemos una conciencia idéntica a quien escribe tal o cual novela y no siempre somos interlocutores perfectos. De hecho, eso sucede pocas veces y ni siquiera “perfecto” significaría aquí otra cosa que un proceso complejo que tiende a afinarse antes que un fin o un estado acabado.


Otra cosa es que no leemos tantos autores en nuestro idioma como creemos. Una parte crucial de la literatura es la traducción, y aceptando el trabajo (el esfuerzo, la concreción, la inteligencia prestada) de un traductor, aceptamos nuestra incapacidad de transitar por otros sentidos profundos.


¿Y si escribe en nuestro idioma quién garantiza que lo haga en contextos reconocibles? Sucede (aunque no solamente) con los clásicos. Al mismo tiempo, aunque tenemos una teoría disponible, no siempre la tenemos toda y no tenemos, desde luego, el tiempo que requiere para aceptarla.


Así que leer es siempre un movimiento entre límites. Pero eso no puede eximirnos de leer a novelistas también en sus detalles. Los detalles rara vez aparecen citados entre tantas generalidades, pero son una parte central del placer de leer novelas.


Por ejemplo, han aparecido muchas reseñas de la novela de Diego Zuñiga, Racimo. Todas hablan de cosas bastante razonables con las que además estoy de acuerdo. Leemos que la novela dibuja una “realidad espectral” donde lo más temible es “la ambigüedad de la historia”.


Muy bien, muy bien. Pero yo no puedo olvidar un detalle del principio de la novela. El protagonista, Torres Leiva, se encuentra haciendo un viaje al norte (de Chile) con su madre. Entonces, Zuñiga escribe:


Torres Leiva pensó en un principio que era una broma, porque a su madre le gustaba hacer ese tipo de bromas: decir algo que nadie espera, decir algo incómodo, mirar las caras de desconcierto, de pregunta y luego explicar el chiste y reírse. Decir, por ejemplo, quiero viajar al norte, quiero que le pidas a tu papá que te preste un auto porque voy a ir a Iquique a ver a una amiga. Decir eso quedarse en silencio, demorar la explicación y reírse. Pero no, no hubo broma esa vez.


Zuñiga está usando un rasgo trivial de un carácter (cómo alguien usa un registro de humor no del todo cómodo) de un modo especialmente afectuoso. Y con dos intenciones. El lector sabe que Torres Leiva pudo pensar eso, pero que ese pensamiento en sí no es importante. Lo importante es que el escritor está, con el detalle, dejándonos acceder a un tipo de experiencia (lejana) con la que Torres Leiva se ha formado. Leiva recuerda algo trivial de su madre pero importante para la situación del presunto viaje (sus bromas sin mucha gracia) pero el lector tiene acceso a una mujer que en sus ganas de desconcertar, está viva ante nuestros ojos y reconocemos algo de su vida.


Lo cierto es que en las novelas de Belén Gopegui (desde la mejor a la peor; la primera a la última) están repletas de detalles, que rara vez aparecen mencionados. Hoy voy a comentar algunos de El Padre de Blancanieves.


La novela trata de los quehaceres de un grupo de militantes que está tratando de construir un pequeño aparato ecologista en Madrid. Una de las militantes es Susana, y su compromiso afecta decisivamente a su família: digamos que repercute en la manera en que todo es percibido, desde por parte de sus hermanas hasta para su madre, Manuela, y su padre, Enrique.


Gopegui combina varios registros y también narradores. Por una parte, están los sujetos colectivos, quienes hablan como si se tratan de la potencia aristotélica y también de la propia Belén Gopegui: presentan sentido del humor, algunas esperanzas y también melancolía. Interpelan al lector y lo sorprenden. Estos sujetos colectivos cumplen una función bien distinta al coro de asalariados de Lo Real: aquí no ejercen una función de dudar y llamar a las cosas por su nombre, sino de dar a conocer la contingencia de lo que ocurre.


Por otra parte, los protagonistas hablan en largos intercambios epistolares: sus discursos se cruzan en correos electrónicos donde también hacen relatos de su percepción de las cosas. Además, la novela usa la tercera persona con cierta amplitud. Como digo, El padre de Blancanieves es una novela muy sofisticada y experimental pero tiene la ventaja de ser muy fluida.


Durante la lectura, resulta difícil atender a lo que hace la autora porque sigue, como todas las novelas de su autora, una estructura dramática con catarsis incluida. La novela, de hecho, se pone en marcha cuando un ecuatoriano es despedido porque Manuela, la madre de la militante Susana, denuncia que un repartidor ecuatoriano ha llegado tarde con el pedido del supermercado. Como consecuencia, el ecuatoriano es despedido y decide acosar a Manuela y la responsabiliza de su desgracia. Pese a sus ganas de denunciar al ecuatoriano, Enrique termina ayudando a que éste encuentra trabajo tal y como quiere su esposa.

Gopegui nos permite acceder a la conciencia de Enrique, usando el estilo indirecto libre.

Enrique se acostó al mismo tiempo que Manuela y estuvo esperando hasta que notó que ella se dormía. Desde el dichoso asunto del ecuatoriano, a Manuela le costaba coger el sueño. Enrique sabía que se dormía mejor cuando él estaba en la cama. Pero hacía dos días que el ecuatoriano ya tenía trabajo. Enrique confiaba en que, poco a poco, las cosas cambiasen. Una semana, dos, y pronto lo ocurrido sería sólo una historia sorprendente que Manuela terminaría contando en las cenas. En cuanto escuchó la respiración regular de Manuela, se levantó sin hacer ruido.


Este párrafo apenas da cuenta de una secuencia sencilla: Enrique se acuesta con Manuela y cuando se duerme, se levanta porque no puede dormir. Al mismo tiempo, accedemos a un estado mental, a un sentimiento, una preocupación de Enrique: sus ganas de olvidar el incidente con el ecuatoriano.


De acuerdo, pero Gopegui, como vemos, no hace solamente eso. Para empezar, nos ayuda a pensar qué clase de palabra usa Enrique al pensar o verbalizar esa cosa. “Desde el dichoso asunto del ecuatoriano, a Manuela le costaba coger el sueño”. En realidad, el dichoso es el que nos indica el punto de vista de Enrique. Además, accedemos a un pensamiento no demasiado halagüeño. Si nos ponemos dramáticos podemos decir algo así como “vaya tela” o “¡tremendo”. Pues ante la preocupación de su esposa, el marido piensa “pronto lo ocurrido sería sólo una historia sorprendente que Manuela terminaría contando en las cenas”.

Al mismo tiempo, se trata de un detalle divertido. Dolorosamente divertido. Porque, en efecto, podemos indignarnos con el pensamiento de Enrique pero si somos justos con el personaje ¿no resulta acaso plausible que ésa sea la clase de cosa que sucede en el entorno dónde Enrique y Manuela viven? Uno donde la tranquilidad alterada termina generando anécdotas para llenar cenas y pasar el rato.

Sabremos más cosas de Enrique, de lo que piensa y dice y hace, pero parece evidente que necesitamos estos detalles.

sábado, marzo 11, 2017

Una invitación


El otoño pasado releí Las olas de Virginia Woolf y tuve una intuición más bien perezosa. Me pregunté cómo sería el mundo para la gente antes de Woolf. A fin de cuenta, la literatura nos da también maneras de entender lo posible y eso también está relacionado con el discurso público que escuchamos a un escritor o escritora.


¿Cómo explicar una figura como Woolf? Parece bastante razonable preguntarse por su obra y por lo que abrió a la literatura inglesa, y la importancia de su figura, nos recuerda que en circunstancias adversas, recordarla era también preguntarse por cómo lo hizo respecto a los límites.


La figura de Woolf supuso un pequeño avance del siglo veinte: una segunda mitad donde la extensión de derechos podría suponer, al menos, la posibilidad de que las mujeres pensaran e intervinieran más decisivamente en el campo cultural (tanto como en otros).


Como tantas cosas, la tarea permanece incompleta y a ratos difícil. La importancia de Woolf, sabemos hoy, fue doble: lo más evidente es que fue una autora de novelas magníficas, ensayos absolutamente necesarios para comprender lo que vino después   y con una vida lo suficientemente dramática para seguir inspirando a otros y otras a escribir ficciones sobre ella.


Pero la otra importancia es acaso la más crucial para la vida de la cultura: a las lectoras y lectores de Woolf le siguieron escritoras en inglés como Susan Sontag o Zadie Smith cuya capacidad y voluntad de pronunciarse públicamente no era extraña. Es decir, Woolf intervino en la tradición, en nuestra forma de verla y pensarla.


Quiero evitar escribir que se trata de “nuestra Virginia Woolf” - porque sus temperamentos son bien distintos - pero no puedo evitar pensar que Belén Gopegui ha hecho esto en la más reciente literatura española.


Parece difícil de describir. La generosidad de Gopegui fue amplia. Su descubridora y en gran medida maestra fue Carmen Martín Gaite. Ésta lo tuvo realmente difícil, incluso más todavía. En una literatura española que iba a ser regurgitada por machos, Gaite fue una intelectual rebelde, audaz y con una cultura de primera que supo hasta sobrevivir a la Salamanca franquista.


Pero Gopegui hizo algo más, creo. Algo emocionante. Ha escrito una novela sobre la experiencia reciente de la España democrática. A veces este aspecto, decisivo, se obvia. No por Hayley Rabanal quien habla de “buscas de solidaridad” en su tesis dedicada a Gopegui.


La importancia de Gopegui es que abre un camino. En dicho camino, publicar artículos con lecturas exigentes, caracterizados por la soltura de pasar de una película de masas a un gesto sutil, se ha hecho una costumbre feliz.


Su idioma español, donde convive una lectora en poesía con otra capaz de pensar idiomáticamente cosas tan dispares como Flaubert, Umbral o Tólstoi, ha sido un regalo para quienes prefieren la lectura atenta. Pero su obra y ejemplo - sin ningún premio literario oficial y oficioso, en un esfuerzo titánico dadas las condiciones de vida - nos dejan un tipo de literatura que se hace más y más pequeña y no desfallece.


Pero no es este un lamento, de esos bonitos que tanto y tan bien ha criticado la autora. En realidad, es una invitación. Gopegui ha escrito dos novelas infantiles, tres obras maestras de la novela para adultos, una novela juvenil, y un puñado de ensayos memorables. Hay un par de guiones. De un debut lírico y tan sensual que parece ideal para citar en cualquier cortejo hemos pasado a novelas de espías (o con espionaje) tristísimas, extrañas, guerreras.


Gopegui es, por último, una escritora preocupada por lo que nos pasa. O lo que creemos que nos pasa. En sus relatos, estar en una organización política no es necesariamente un desencanto. Pero como no es una escritora predictiva, lo que pasa después es lo más interesante. Como sus personajes. Por eso merece la pena leerla ¿no?


Intentaré explicar en gran medida el sentido de sus novelas. Por qué usa tan bien los detalles o los diálogos. Cada novelista levanta su mundo ante nuestros ojos, inventa o se mide con lo que llamamos técnica, brega en solitario con un montón de voces y nos encuentra leyendo en situaciones dispares.

Lo que seguirá será, únicamente, un gesto de cortesía.

lunes, marzo 06, 2017


La pregunta sobre la existencia de creencias o deseos comunes a todos los seres humanos tiene poco interés, excepto desde la perspectiva de una comunidad utópica, inclusivista, que se jacte de las diferentes clases de persona que acoge, y no de la firmeza con que mantiene afuera a los extraños. La mayoría de las comunidades humanidades son exclusivistas; su sentido de la identidad y las autoimágenes de sus miembros dependen del orgullo de no ser verdaderos otros tipos de personas: personas que adoran a un dios equivocado, comen comidas equivocadas o tienen algunasotras perversas y repelentes creencias o deseos. Los filósofos no se preocuparían por tratar de mostrar que ciertas creencias y deseos se encuentran en todas las sociedades, o que están implícitos en algunas prácticas humanasi mposibles de eliminar, a menos que esperaran mostrar que la existencia de sas creencias es una prueba de la posibilidad de construir una comunidad planetaria inclusivista. En este ensayo usaré la expresión "política democrática" para referirme al intento de plantear la existencia de tal comunidad.

Richard Rorty, Universalidad y verdad en Richard Rorty / Jürgen Habermas Sobre la verdad ¿validez universal o justificación? Traducción de Patricia Wilson.

Nosotros, los que nos conocemos, nos desconocemos a nosotros mismos: y por buenas razones. Nunca nos hemos buscado: ¿cómo podría suceder que un día nos encontrásemos? Con razón sea ha dicho: « dónde está vuestro tesoro, allí está también vuestro corazón«»; nuestro tesoro está donde están las colmenas de nuestro conocimiento. Siempre estamos en camino hacia ellas, como insectos voladores natos y recolectores de miel del espíritu; preocupándonos tan sólo de una cosa: « de traer algo a casa«». Y en cuanto al resto de la vida, a las llamadas vivencias ¿quién de nosotros tiene la seriedad suficiente para ellas? ¿O siquiera el tiempo suficiente? Me temo que en tales asuntos nunca estamos del todo en lo que estamos: nuestro corazón no está allí; ¡y ni siquiera nuestro oído! Como, quien distraído de un modo divino y sumido en sí mismo, vuelve en sí de pronto, cuando las doce campanadas del mediodía han retumbado estrepitosamente en sus oídos, y se pregunta: « ¿Qué es lo que he soñado?«», así algunas veces nos frotamos nosotros los oídos cuando ya todo ha pasado y nos preguntamos muy sorprendidos, muy consternados: « ¿Qué es lo que hemos vivido, más aún: quiénes somos en realidad?«» y, como he dicho, sólo cuando ya han pasado contamos, las doce campanadas de nuestra vivencia, de nuestra vida, de nuestro ser....¡ay!, y nos equivocamos en la cuenta. Seguimos siendo necesariamente extraños a nosotros mismos, no nos comprendemos, debemos equivocarnos, para nosotros rige por toda la eternidad el principio de cada cual es el más lejano para sí mismo; para nosotros mismos no somos cognoscentes....

Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral. Traducción de  José Luis López y López de Lizaga.


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El ocio es el comienzo de toda psicología, ¿sería pues un vicio?

                                                                       2

Aún el más valiente de nosotros, rara vez tiene valor para enfrentarse a lo que realmente sabe.

                                                                      3

para vivir solo, hay que ser un animal o un dios - dice Aristóteles -. Falta tomar en cuenta una tercera posibilidad: ser lo úno y lo otro a la vez: un filósofo....

                                                                    4

«Toda verdad es simple» ¿No es esta una doble mentira?                                                           
                                                                   5

Yo quiero, de una vez para siempre, no saber muchas cosas. La sabiduría traza límites también del conocimiento.

Friedrich Nietzsche, El ocaso de los ídolos. Traducción de Roberto Echavarren