El otoño pasado releí Las olas de Virginia Woolf y tuve una intuición más bien perezosa. Me pregunté cómo sería el mundo para la gente antes de Woolf. A fin de cuenta, la literatura nos da también maneras de entender lo posible y eso también está relacionado con el discurso público que escuchamos a un escritor o escritora.
¿Cómo explicar una figura como Woolf? Parece bastante razonable preguntarse por su obra y por lo que abrió a la literatura inglesa, y la importancia de su figura, nos recuerda que en circunstancias adversas, recordarla era también preguntarse por cómo lo hizo respecto a los límites.
La figura de Woolf supuso un pequeño avance del siglo veinte: una segunda mitad donde la extensión de derechos podría suponer, al menos, la posibilidad de que las mujeres pensaran e intervinieran más decisivamente en el campo cultural (tanto como en otros).
Como tantas cosas, la tarea permanece incompleta y a ratos difícil. La importancia de Woolf, sabemos hoy, fue doble: lo más evidente es que fue una autora de novelas magníficas, ensayos absolutamente necesarios para comprender lo que vino después y con una vida lo suficientemente dramática para seguir inspirando a otros y otras a escribir ficciones sobre ella.
Pero la otra importancia es acaso la más crucial para la vida de la cultura: a las lectoras y lectores de Woolf le siguieron escritoras en inglés como Susan Sontag o Zadie Smith cuya capacidad y voluntad de pronunciarse públicamente no era extraña. Es decir, Woolf intervino en la tradición, en nuestra forma de verla y pensarla.
Quiero evitar escribir que se trata de “nuestra Virginia Woolf” - porque sus temperamentos son bien distintos - pero no puedo evitar pensar que Belén Gopegui ha hecho esto en la más reciente literatura española.
Parece difícil de describir. La generosidad de Gopegui fue amplia. Su descubridora y en gran medida maestra fue Carmen Martín Gaite. Ésta lo tuvo realmente difícil, incluso más todavía. En una literatura española que iba a ser regurgitada por machos, Gaite fue una intelectual rebelde, audaz y con una cultura de primera que supo hasta sobrevivir a la Salamanca franquista.
Pero Gopegui hizo algo más, creo. Algo emocionante. Ha escrito una novela sobre la experiencia reciente de la España democrática. A veces este aspecto, decisivo, se obvia. No por Hayley Rabanal quien habla de “buscas de solidaridad” en su tesis dedicada a Gopegui.
La importancia de Gopegui es que abre un camino. En dicho camino, publicar artículos con lecturas exigentes, caracterizados por la soltura de pasar de una película de masas a un gesto sutil, se ha hecho una costumbre feliz.
Su idioma español, donde convive una lectora en poesía con otra capaz de pensar idiomáticamente cosas tan dispares como Flaubert, Umbral o Tólstoi, ha sido un regalo para quienes prefieren la lectura atenta. Pero su obra y ejemplo - sin ningún premio literario oficial y oficioso, en un esfuerzo titánico dadas las condiciones de vida - nos dejan un tipo de literatura que se hace más y más pequeña y no desfallece.
Pero no es este un lamento, de esos bonitos que tanto y tan bien ha criticado la autora. En realidad, es una invitación. Gopegui ha escrito dos novelas infantiles, tres obras maestras de la novela para adultos, una novela juvenil, y un puñado de ensayos memorables. Hay un par de guiones. De un debut lírico y tan sensual que parece ideal para citar en cualquier cortejo hemos pasado a novelas de espías (o con espionaje) tristísimas, extrañas, guerreras.
Gopegui es, por último, una escritora preocupada por lo que nos pasa. O lo que creemos que nos pasa. En sus relatos, estar en una organización política no es necesariamente un desencanto. Pero como no es una escritora predictiva, lo que pasa después es lo más interesante. Como sus personajes. Por eso merece la pena leerla ¿no?
Intentaré explicar en gran medida el sentido de sus novelas. Por qué usa tan bien los detalles o los diálogos. Cada novelista levanta su mundo ante nuestros ojos, inventa o se mide con lo que llamamos técnica, brega en solitario con un montón de voces y nos encuentra leyendo en situaciones dispares.
Lo que seguirá será, únicamente, un gesto de cortesía.
2 comentarios:
Gopegui es buena, tiene un indudable talento, pero a mi juicio tiene un problema grave: escribe para convencer a sus lectores, quiere que sus lectores la lean y actuen en inmediata consecuencia (en su mente la consecuencia sería votar, digamos, a Monedero o Iglesias o incluso Espinar, que ya seria bastante espinoso para muchos). Este afán tan reductor la limita mucho como escritora, porque el que no piensa como ella se resiste a entrar ahi por principio y por prejuicio, porque la puerta es demasiado estrecha y siente la incomodidad como una especie de grosería intelectual o politica. Siempre ha sido asi con los escritores "comprometidos", es decir, con militancia politica abierta, de uno y otro espectro. Cuánta gente se pierde a Ezra Pound o Celine o Junger aprioristicamente, sólo por sus ideas politicas, para no apelar a ejemplos de nuestra propia literatura en español.
Bueno, yo creo que es todo lo contrario a lo que dice usted. Lo prueban textos tan difíciles como 'Lo Real', 'Acceso No Autorizado' o 'El padre de Blancanieves' donde en ningún momento se concluye la cosa que usted afirma ahí arriba.
De hecho, de esos textos se sigue una lectura bien distinta, con unos niveles de caracterización muy complejos. No creo que suceda lo mismo con Céline o Pound, pero ése es otro tema que no abordaré comparativamente.
Publicar un comentario