viernes, noviembre 21, 2008

Un post Bondiano

Escribe Borges que la verosimilitud es un invento de la novela para estropear a los héroes, a los que se desentierra de la épica (y con ello Borges habla del verso) y se condena a recursos absurdos que entorpecen su esencia, la del héroe. Se quejaba el New York Times de esto: ¿por qué los héroes de hoy en día sólo pueden actuar movidos por la venganza y la tristeza? ¿Acaso ya no hay héroes cool, me decía Noel citando como ejemplo a Iron Man?

Bien, creo que debemos releer todos los post llamados Vuelvo a Tener Pesadillas. Aquí se hace un análisis bastante clarividente a las fórmulas, al asunto este de las esencias y a su conflicto con lo que resulta realmente interesante: la tan cacareada reinvención, la pérdida de alma o el mantenimiento inmóvil. En una saga tan heterodoxa como la iniciada por Wes Craven hay tiempo para todo y no resulta nada casual que sea una saga que haya abierto y cerrado el mismo creador, contando eso sí ese epílogo monstruoso y épico que es Freddy Vs. Jason. Una de las partes más interesantes de las comentadas por Tones es que el esquema Elm Street lo establece la primera entrega no es más que un diseño fundacional, destinado a tener continuidad.

Y vayamos por partes. Hay Dos Bonds, por supuesto. El novelesco, creado por Ian Fleming y ya asentado como una herencia sofisticada, no deja de ser, al fin y al cabo es británica, de esos héroes hard-boiled que, curiosamente, sirvieron como último aliento evolutivo de los atormentados trágicos del folletín (naturalmente europeo) y dieron vida nueva a la novela negra. Tan grande fue el impacto (literario) de este indiscutible icono pop que a las adaptaciones radiofónicas, le siguió el reconocimiento mayor: un escritor de la Izquierda y en general de esos de lectura obligatoria, el entonces star Kingsley Amis, escribió con seudónimo Colonel Sun y demostró que Fleming era, efectivamente, un escritor bueno de cuyo talento no quería quedarse sin beber. Su herencia es justa: suya es la mejor obra no flemngiana. El Bond literario sigue siempre un esquema, casi como una versión acelerada de cierto Spillane inicial: hay un villano, habitualmente SMERSH, un par de chicas y una que está destinada a terminar con una frase inequívoca (y con un nombre cachondón como Pussy Galore, Holy Goodnight). Para mí, dejando de lado la clásica por inaugural Casino Royale, mi novela bondiana favorita podría ser Goldfinger
puesto que tiene esos momentos en los que Fleming juega hábilmente con la ironía que se esconde tras el arquetipo. Tiene mi inicio favorito:

Reflections In A Double Bourbon

James Bond, with two double bourbons inside him, sat in the final departure lounge of Miami Airport and thought about life and death.


Aquí se condensa una ironía que muchos apreciarían autoparódica. Será en todo caso temprana, esta es la séptima novela. Pero la cosa no termina ahí:

It was part of his profession to kill people. He had never liked doing it and when he had to kill he did it as well as he knew how and forgot about it. As a secret agent who held the rare double‐O prefix ‐the licence to kill in the Secret Service ‐it was his duty to be as cool about death as a surgeon. If it happened, it happened. Regret was unprofessional ‐worse, it was death‐watch beetle in the soul.

Si pasó, pasó, tú. Y aquí llega la parte deliciosa en la que Fleming está absolutamente convencido de que le gusta escenificar su ficción.

And yet there had been something curiously impressive about the death of the Mexican. It wasn't that he hadn't deserved to die. He was an evil man, a man they call in Mexico a capungo.

Y sigue:

What an extraordinary difference there was between a body full of person and a body that was empty! Now there is someone, now there is no one.

Y llegamos a mi parte favorita, la del existencialismo según Bond:

Bond looked down at the weapon that had done it. The cutting edge of his right hand was red and swollen.

Cutting Edge es una expresión casi cómica en su incorporación: el borde no es una navaja. Es de una mano. Una mano que actúa como una navaja. Y es esta la levedad perfecta de Fleming, como la de sus principios. Por si quieren pruebas, miremos los inicios de sus dos primeras novelas:

The Secret Agent

The scent and smoke and sweat of a casino are nauseating at three in the morning. Then the soul‐erosion produced by high gambling — a compost of greed and fear and nervous tension — becomes unbearable and the senses awake and revolt from it.

James Bond suddenly knew that he was tired. He always knew when his body or his mind had had enough and he always acted on the knowledge.


La primera aparición de Bond está dedicada a lo desagradable de un casino en la madrugada y de que estaba, inevitablemente, cansado.

Veamos como empieza la segunda novelita, Live and Let Die:

The Red Carpet

There are moments of great luxury in the life of a secret agent. There are assignments on which he is required to act the part of a very rich man; occasions when he takes refuge in good living to efface the memory of danger and the shadow of death; and times when, as was now the case, he is a guest in the territory of an allied Secret Service.


Todos los inicios de las novelas de James Bond muestran un aspecto cotidiano de su siempre superheroico protagonista, siempre invencible. Porque las novelas de Fleming hablan del placer: del placer de su narrador, cómodo en su papel de director orquestra, del de su protagonista y del de sus lectores. En ese sentido las novelas de Fleming son auténticas odas a lo Liviano, y por ello comedias sofisticadas a costa de una situación geopolítica mucho más inquietante, incluso conocida por el propio Fleming.

Y aquí llegamos a la traducción fílmica: si algo tenían como reto verdadero esas películas era continuar y trasponer a un personaje exquisitamente literario, imaginable como arquetipo pero sin un rostro concreto. Se constituyeron ya como sacro santoral de lo PoP.

La fórmula Bond la establece con Desde Rusia con Amor, con el primer gadget genuino de Q (aunque aparezca con el nombre de Boothyroyd en Dr. No, no da el equipamiento necesario): una cartera multiusos fue la primera delicia. Goldfinger es la primera cumbre: la clásica escena del láser, las dos chicas Bond con igual de relevancia narrativa, el villano hiper-carismático, el final espectacular y locuelo.

Tanto Operación Trueno como Sólo se vive Dos Veces son el ideal Bondiano multiplicado por Diez: si la primera compensaba la falta de un villano con un festival de gadgets (tiene la mejor secuencia pre créditos posible), la segunda tenía un guión (lo recordó Tones) de Roald Dahl y el que seguramente sea el mejor Blofeld posible: Donald Pleaseance. Recordemos que SPECTRA (en las novelas SMERSH) ha cocido su aparición tres entregas anteriores, así que me parece un error hablar siempre de esa falta de continuidad: las películas de Bond incorporan aventuras con un espíritu cercano si no al serial, sus novelas son al fin y al cabo una serie, también al de los tebeos superheroicos: esos villanos que se ocultan y colaboran con otros esbirros le es muy familiar a cualquier conaisseur de las creaciones de la edad de Plata.

A partir de aquí, Bond ya trata de reinventarse. 007 Al Servicio de su Majestad es una película con el típico momento grandioso pre-créditos y con un villano y una chica destinados a robar el show. Me parece notable señalar que Riggs y Savalas son dos presencias icónicas que permanecen incluso por encima de la intención de la película: reintroducir a un Lazenby que perdía a su chica y recibía su castigo amoroso. ¿De verdad es entonces el primer intento, fallido, de dar a Bond un trasfondo romántico?

Y permitan que me salte Diamantes para la eternidad, inferior a su novela y en general una película con todo lo mejor y lo peor de una reunión forzada: vuelven Connery & Bassey y empieza, atención, con Bond vengando a su esposa. ¿De verdad la saga se está reinventando? Bondófilo lector, hágase usted el listo y no confiese este fin de semana en que sitio lo leyó primero.

Me gustaría señalar la inmensa aportación de Roger Moore, tan grande que ni incluso su última etapa (la de parodia total que empieza con Moonraker y termina con A view to a kill) logra ensombrecer. Ni tan siquiera esas películas mortecinas y excesivamente cómicas esquivaron momentos genuinos: recordemos que el fichaje de Moore responde a una maniobra, anterior ciertamente, pero despesperada. La experiencia de un Santo daba un cierto rendimiento a la saga. Live and Let Die tiene su interés en como rompe la clásica pre-credits sequence, y tiene algo de perverso porque se trataba de Moore, un nuevo Bond: su secuencia inicial no tiene ninguna referencia explícita a Bond. Es cierto que en anteriores películas ya se había simulado la muerte de Bond por parte del villano, pero este inicio, en una época en la que la crisis achuchaba y el nacimiento de la exploitation era una evidencia, es casi un thriller alucinado: los tres asesinatos de los agentes del MI6 parecen sacados de cualquier cine de barrio. El primero bordea el thriller delirante, por ondas, el segundo ya roza lo Superfly (en pleno desfile en Nueva Orleans) y el tercero parece escrito por Larry Cohen.

En cierto sentido, la Bond-Movie termina agotada con El hombre de la pistola de Oro. La chica Bond Perfecta: Britt Ekland. El Villano Superior: Christopher Lee. El Esbirro Perfecto: Nick Nack. El Bond en plena aceptación popular. La trama clásica: la isla, el duelo y la característica disfuncional que hace a nuestro villano ideal. Igual que la presencia absolutamente desmesurada de su trama, el humor se palpa hasta en su canción, casi una deconstrucción vodevilesca de los ritmos encarnadas por la inortal dama Bassey.

Sólo Moore pudo permitirse otra incorporación de lujo: en la menor The spy who loved Me perfeccionó la siempre recurrente love story Bondiana con agente rusa incluída, y sustituyó al inevitable Lee por un esbirro capaz de rivalizar con Nick Nack: Tiburón. Y un gadget definitivo con su coche-submarino. Decía Absence que la saga de Bond terminaba en Moonraker. No es mal final para el canon, pese a que a mi juicio es antes.

Yo lo situo antes, no obstante. Compartieron mucho 007: Alta Tensión y Goldeneye esa intención de volver a la aventura total y típicamente Bondiana. Siendo la segunda mejor que la primera, Campbell procede de la serie Bé y se nota en alguna secuencia, el nivel de aceptación fue el mismo: un sí desangelado. Licencia para Matar fue (otra) película bondiana más cerca de la exploit, si antaño era lo black, ahora es la Cannon: su trama (la muerte de su mejor amigo), su villano (¡ROBERT DAVI!), sus chicas bond (¡TALISA SOTO!) piden a gritos a Mark L. Lester y a Arnold Schwarzenegger. Dalton se hundió y la saga se paralizó. De Brosnan poco que añadir: ninguna de sus películas roza lo notable, y muchas de ellas se hunden en lo insoportable. Tal vez Goldeneye comparta con Alta Tensión esa sensación de perfecta mediocridad: no hay en ella villanos sin alma (Jeroen Krabbé y Sean Bean, recién salidos de la cantera del cine europeo), chicas Bond sin presencia (Maryam D'Abó, Famke Janssen) pero lo rutinario de su propuesta, formulaico y construido en set pieces hundidas por cualquier Spielberg o Abrams las hacen prácticamente destinadas al olvido y a la polilla.

Casino Royale tuvo el deber, difícil, de devolver la saga a su lugar: nace como hermana Ultimatera y aventejada, promete casi tantas polémicas como según qué decisiones tomadas en, por ejemplo, Ultimate X-MEN (¿se acuerdan del Ultimate Cable?) pero el caso es que devuelven a Bond a su estulticia icónica: Daniel Craig parece definitivo, la película conserva una de las mejores set pieces en años (de resolución evidentemente spielbergiana es la persecución de las grúas) y un plano final memorable.

La pregunta que genero es, pues, cuando un héroe conserva su esencia: en base a su repetición, finalmente industrial y agotadora, o respecto a su evolución, dotada de variaciones que muchos convierten en un paradigma naturalmente por error.

3 comentarios:

Vicente Luis Mora dijo...

Maestro Singer, prepárese para lo peor. Eso sí, hay un homenaje a Goldfinger en Quantum of Solace, traducida genialmente por usted como "Cuánta solaera". Pero ese homenaje tiene una lectura sociológica, o incluso sociopolítica, nada desdeñable: el oro dorado de Goldfinger ha sido sustituido por el oro negro...

Ryu_gon dijo...

Mañana saldremos de dudas, maestro.

Saludacos

Anónimo dijo...

Un post para enmarcar, Alvy.