martes, diciembre 09, 2008

Running Dog

Bolt comparte con Buzz Lightyear la mala suerte de ser parte activa (e inocente, pura) de una inmensa operación de publicidad que conducirá, inexorablemente, al desencanto. El juguete está movido por las ventas, pero la estrella televisiva por las audiencias y el factor decisivo del target. Mientras que el personaje de Pixar era un juguete que descubría la mortalidad, el de Disney descubre algo si cabe más elemental: su naturaleza. También justo por eso se echa de menos que la película de Byron Howard y Chris Williams se recogije un poco en algo que la cinta de Lasseter no descuidó: la relación de los juguetes/mascotas con sus amos, algo que esquiva tal vez por la elección de una Miley Cyrus aquí destinada a aportar candor y desasosiego preteen a una actriz con una notable ausencia de figura paterna nunca explorada por la película.

Resulta paradójico que una cinta de animación sea la que tenga que ejecutar un comentario metalingüístico acerca de las ficciones y su relación con la realidad., cuando se basa, precisamente, en la naturaleza inmortal del dibujo animado. El punto de partida es la parte más interesante y espectacular porque funciona como una versión hiperbólica y perruna del Show de Truman combinado con una concepción del espectáculo acrobática y frenética, como una reunión anfetamínica entre los Wachowski y el James Cameron del clímax final de True Lies.

No es Bolt una película a la altura de, por ejemplo, la magnífica Wall*E. Es mucho más previsible, pero ahí descansa su valor: que la alternativa a Pixar sea un bienintencionado y renovado regreso a la tradición, digitalizada eso sí. Con una impecable galería de secundarios, recuerda la película a las grandes fábulas animales del Disney ochentero, con Tod y Toby y Basil el superdetective (Ojo Verde parece un guiño a aquel Ratonil Vincent Price y Rhino ayudaría encantando al detective favorito) como referentes más evidentes. No esquiva ninguno de los lugares comunes de una fábula así, pero garantiza un bien que se revela esencial en tiempos de la ultraconservadora y pseudogrosera Shrek (y sus no menos repugnantes sucedáneos): generar personajes con un carisma casi intacable demostrando una pasión sin límites por la animación (atención a las palomas o a la expresividad sin parangón del protagonista) y manteniendo un discurso coherente con su público receptor. No hay en Bolt una cuota para el adulto, un guiño a American Beauty o una carcajada medio escéptica para Matrix: cualquier espectador se verá satisfecho con unos running gags estupendamente concebidos (la mirada de fuego y el superladrido) y con un final que parece una apología secreta de Lo Molón, con el descubrimiento del secreto para mejorar las ficciones.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Ha hecho usted una crítica brillante de una película estupenda, pero permítame corregirle algo: no son faisanes, son palomas.
Abrazos!

Luna Miguel dijo...

Odio a Buzz.
Woody era mi amor de infancia, y lo sigue siendo.



Pero tengo ganitas de ver al perriguay.



Por cierto, que asco de cosa me ha pasado en el Cercanias, ya le cuento.

El Miope Muñoz dijo...

Gracias Mostrenco! Corregida la confusión entre Palomas y Faisanes que confirma mi paso lamentable por las clases de naturales.

Anónimo dijo...

Es que a veces parece usted uno de esos jovenzuelos que, cuando les piden que dibujen una merluza, dibujan un Findus. Por lo demás, es usted un sabio del futuro.

Ryu_gon dijo...

Me remito a las felicitaciones de Mostrenco. Perfecta crítica para una gran película repleta de amor y de esa magia Disney que tanto echábamos de menos.

La verdad es que ver al perruno en la gran pantalla es el mejor regalo de unas navidades en aras de caer en la mediocridad por el efecto "ultimátum".

Saludos!

Anónimo dijo...

A mi también me ha gustado mucho, porque las cosas inocentes estaban desapareciendo y viéndola sonreí de verdad.