lunes, enero 30, 2006

La nueva guerra busca un nombre

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Gregorio Morán

La diferencia capital entre una dictadura y una democracia se reduce a algo tan simple y tan íntimo como que nosotros, los que votamos o nos abstenemos, pero que podemos optar sin el peso del castigo, nosotros, digo, somos responsables de los crímenes que cometen nuestros líderes. En las dictaduras, los súbditos no son corresponsables de las barrabasadas de sus dirigentes; en las democracias, sí. El drama alemán a partir de 1933 fue que Hitler no tomó el poder, sino que se lo regalaron en las urnas. Y hete aquí que ahora nos encontramos ante un dilema imposible. Somos cómplices de la ruptura de una tradición de la cultura occidental, la inquietud sobre los derechos humanos, incluidos los del enemigo. Al carajo se han ido la convención de Ginebra y los juicios de Nuremberg. Como los enemigos son implacables en su papel destructor, nosotros nos comportamos como depredadores para contener la avalancha. La cuestión hoy día no está en el miedo occidental ante el islamista radical, el nudo gordiano no se centra en el miedo, sino en lo mucho que hemos de proteger. La amplitud de nuestros intereses nos hace débiles, exponemos demasiadas cosas y somos pocos para defenderlas.

Más en esta columna vía La Vanguardia Digital (gracias a la Petite Claudine).

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