El día de reyes de 1998, al final de un evento con mis allegados, contemplé el clímax final de Regreso al Futuro 3 (que ya había visto, a trancas y barrancas, en su estreno en televisión pública en domingo) y me obsesioné (sus precedentes más claros eran Bill y Ted y su cabina, que se había convertido en algo alucinante durante mis días de infancia más tierna gracias a los cartoons de las películas) con aquella máquina del tiempo: un coche, el Delorean. Lo tenía claro: yo quería ver la primera (y segunda) partes de aquellas películas. Era 1998 y una película en VHS del 85 era muy díficil, por no decir imposible de encontrar en mis videoclubs más habituales. Durante dos años esperé a que dieran por televisión Regreso al Futuro para poder ver la segunda y tercera. Al cabo de un año, frustrado, me grabé la tercera y la vi algo decepcionado: lo que más me gustaba era ese principio loco, luego al llegar al oeste era todo muy aburrido (a día de hoy lo sigo pensando). Al fin, a finales del 99 la dieron por televisión: aquél día tenía una comida familiar in-ex-cu-sa-ble y la grabé. Al regresar a casa, eufórico, puse mi vídeo: había tardado un maldito año en lograr la película. La cinta era de mala calidad, falló y no se grabó nada: el vídeo también estaba desprogramada. Mi desdén era innombrable: al llegar el 2000 me entero que a dos calles la película puede estar porqué hay un videoclub con una extensísima colección de VHS (a finales de ese año empezó un romance con ese videoclub bajo el que ví todo el cine fantástico). Me hice socio un viernes: pero sin el carnet no podía alquilar. Tuve que esperar, claro está, al sábado: una vez en sábado, la película Regreso al Futuro ¡estaba alquilada! No podía ser, no me lo explicaba. Pronto la cosa terminó: fingí una gripe, puse mi termómetro al lado de una lamparilla negra y calculé bien los síntomas. Aquél lunes logré que, en un acto de amor maternal, mi progenitora me trajera la dichosa Regreso al Futuro. Pero... ¡me trajo la tercera! Yo, intentando agradecerle que me había traído la película, le dije que quería la primera y la segunda. Al día siguiente, me las trajo pero no me las dió hasta la tarde: tenía 48 horas para verlas. La mañana de miércoles estaba siempre sólo, ya saben, compras y demás: aquella mañana me preparé mi desayuno, unas tostadas, cerré las persians (a oscuras, sí, sí) y me salté orgulloso la escuela (siendo yo, alumno de sexto de primaria en un Febrero bastante perezoso y tedioso por la sensación de final que tenía ese curso). Aquél pase fue maravilloso, irrepetible. Ví la primera y la segunda película, no con la victoria premeditada de su dificultad para conseguirlas (ni en los grandes recintos se podían encontrar: estaban siempre descatalogadas) sino con la sensación de que la aventura de ver la película había empezado mucho antes. Desde aquél entonces fingí y sufrí variopintas gripes, con otras películas claro, pero es inevitable que alguna noche, vuelva a viajar a través del tiempo. Un díptico que en realidad, te obliga a ver la misma película dos veces, desde el mimo y el detalle.
Una semana antes de poder ver Los Cronocrímenes, no llegué a tiempo. La película agotó sus entradas para el doce y el trece, lo que es, por encima de cualquier bobada o decepción adolescente, una noticia excelente, algo de lo que nunca sabremos estar lo suficientemente alucinados debido a la rapidez con lo que ocurre (véase la cronología: Texas-Sitges y la, ya era hora, fulgurante carrera de la película, y aún asi es poco). No deja de ser poético y me gusta pensar que mítico. Regreso al Futuro 1&2 forman parte de un cine de estirpe legendaria y la película de Vigalondo igual: cuando entre a una sala de cine, y espero que sea pronto, a ver las morelianas aventuras de Héctor sabré que ya llevaba mucho tiempo antes viéndolas, imaginándolas, suponiéndolas. Igual que cuando aparecio The power of love, el estéreo gigantesco y el áeropatín: la primera película de Vigalondo está destinada a ser leyenda. Diantres, fueron dos años de búsqueda pero valieron la pena. Y aquí igual: uno debe esperar lo que haga falta para terminar sentado en la oscuridad dispuesto a mirar un proyector que se ha convertido (como mi reproductor de vídeo en el 2000) en algo muy parecido a la máquina imaginada por Bioy capaz de capturar las almas e inventar miles de realidades hasta el infinito.