John Updike
I
Intenta entender que es lo que el autor deseaba hacer y no lo culpes por no lograr lo que nunca intentó.
II
Da citas literales suficientes, al menos un fragmento largo, de la prosa del libro de tal modo que el lector del reseñista pueda formarse su propia impresión, seguir su propio gusto.
III
Más que ofrecer nebulosas precisiones, confirma la descripción del libro con citas del libro, aunque sean de una sola frase.
IV
No te alargues en la descripción de la trama y no cuentes el final (Cómo me asombré y me indigné cuando inocente yo, descubrí que los reseñistas blablabeaban, y con la sublime impericia de los señores feudales borrachos tratando una revuelta de campesinos, sobre las vueltas de tuerca de mi escritura, repleta de suspense y sorpresas. De hecho, e irónicamente, los únicos lectores que se acercan a un libro como lo desea el autor, sin contaminar por un conocimiento previo de la trama, son los detestados reseñistas. Y años después, el bendito loco que elige un volumen al azar en una librería).
V
Si el libro te resulta deficiente, cita un ejemplo del mismo autor o de otro sitio que explique qué es lo bueno. Intenta comprender el fallo. ¿Seguro que es del autor y no del reseñista?
A estos cinco puntos concretos debe añadirse un sexto, más vago que tiene que ver con mantener la pureza química entre el producto y el que lo alaba. No hay que aceptar reseñar un libro con el que se está predispuesto en contra o al que la amistad obliga estar a favor. No hay que imaginarse como el guardián de ninguna tradición, ni como abanderado de ningún estilo, ni como guerrero en la batalla ideológica, ni sentirse una oficina de correcciones. Nunca, nunca (John Aldridge, Norman Podhoretz) se debe poner al autor “en su lugar”, ni convertirlo en el peón de una partida contra otros reseñistas. Reseñar el libro, no la reputación. Someterse a cualquier hechizo, poderoso o débil, que el libro tenga. Mejor alabar y compartir que culpar y negar. La comunión entre el reseñista y el público se basa en la asunción de que hay ciertos placeres en la lectura y todos los juicios deben llevar a tal fin.
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Esto es sólo una parte del delicioso número ocho de Hermano Cerdo. Un paseo por el Chicago de Saul Bellow, la única ficción de TS Elliott y un relato en castellano, por fin, del desconocido Leonard Michaels son otros de los placeres que ofrece su último y genial número.
5 comentarios:
Muy apetitoso, y más con el maestro Updike dentro.
Con que la mitad de los reseñistas siguieran la mitad de esas reglas, el mundo sería cuatro veces mejor.
Alvy, puedes encontrar otro cuento traducido de Michaels en la "Antología del cuento norteamericano" que preparó Richard Ford, editada aquí por Galaxia Gutenberg.
Lo malo es que no recuerdo su cuento (se titulaba "Chico de ciudad"), así que tendré que releerlo.
En cualquier caso, esa antología es muy recomendable, a pesar de las ausencias (algunas, supongo, por problemas de derechos en la versión española).
Updike es uno de los pocos tipos a los que considero de verdad inteligentes.
Lo que más me ha gustado de estas reglas - que deberían alcanzar todos los campos de la vida, por lo que tienen de respetuoso y de acercamiento humano - es ese final que señala el placer que proporciona la lectura. Ojalá existan muchos reseñistas así. Saludos cordiales.
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