martes, octubre 24, 2006
CUENTOS: "RECORDANDO A NEEDLEMAN" DE WOODY ALLEN
Cuatro semanas han pasado, pero aún me resisto a creer que Sandor Needleman haya muerto. Estuve presente en la incineración y, por expreso deseo de su hijo, llevé ostras y caviar, pero unos pocos de nosotros pensábamos sólo en el dolor que nos embargaba.
Needleman vivía obsesionado con su funeral, y en cierta ocasión me dijo:
-Prefiero que me incineren a que me sepulten, y ambas cosas a un fin de semana con la señora Needleman.
Decidió, por último, que le incineraran y donó sus cenizas a la Universidad de Heidelberg, que las esperació a los cuatro vientos y obtuvo un depósito a cuenta de la urna.
Aún le estoy viendo con su traje arrugado y su jersey gris. Profundas meditaciones absorbían su atención, y con frecuencia, al ponerse la chaqueta, se le olvidaba quitar el colgador. Se lo recordé una vez, durante la ceremonia de graduación en Princeton y, sonriendo beatíficamente, comentó:
-Bueno, quienes discrepan de mis teorías, al menos creerá que soy ancho de hombros.
Dos días más tarde fue internado en el hospital de Bellevue por dar un salto mortal hacia atrás en mitad de una conversación con Stravinsky.
Needleman no era un hombre fácil de comprender. Su reticencia era tenida por frialdad, pero poseía una gran capacidad de compasión: testigo casual de una horrible catástrofe minera, no pudo concluir una segunda ración de tarta de manzana. Su silencio, por otra parte, enervaba a la gente, pero es que Needleman consideraba el lenguaje oral como un medio de comunicación defectuoso y prefería sostener sus conversaciones, hasta las más íntimas, mediante banderas de señales.
Cuando le expulsaron de la facultad en la Universidad de Columbia por una controversia con el entonces rector de la institución, Dwight Eisenhower, aguardó al prestigioso ex general armado con un sacudidor de alfombras y le quitó el polvo hasta que Eisenhower corrió a refugiarse en una tienda de juguete. (Los dos hombres habían entablado una agria disputa en público a propósito de si el timbre señalaba el final de una clase o el comienzo de otra.)
Needleman había confiado siempre una muerte tranquila.
-Entre mis libros y mis papeles, como mi hermano Johann –solía decir.
(El hermano de Needleman pareció asfixiado al cerrársele la tapa corredera del buró cuando buscaba el diccionario de rimas.)
¿Quién iba a imaginarse que, yendo a almorzar, mientras ontemplaba la demolición de un edificio, la pesada bola de hierro, alcanzaría a Needleman en la cabeza? El golpe fue causa de una tremenda conmoción y Needlema expiró con la sonrisa en los labios. Sus últimas y enigmáticas palabras fueron:
-No, gracias, ya tengo un pingüino.
Como siempre, cuando murió, Needleman tenía entre manos varias cosas a la vez. Desarrollaba una ética, basada en su teoría de que el “comportamiento bueno y justo no sólo es más moral, sino que puede hacerse por teléfono”. Andaba igualmente por la mitad de un nuevo ensayo sobre semántica, donde demostraba (según insistía con particular vehemencia) que la estructura de la frase es innata pero el relincho es adquirido. Y en fin otro libro más sobre el Holocausto. Este con figuras recortables. A Needleman e obsesionaba el problema del mal y argüía con singular elocuencia que el auténtico mal es sólo posible cuando quien lo perpetra se llama Blackie o Pete. Sus devaneos con el Nacional Socialismo levantaron escándalo en los círculos académicos, pero a pesar de todos sus esfuerzos, desde gimnasia hasta lecciones de baile, jamás consiguió dominar el paso de oca.
El nazismo, para él, era una simple reacción contra la filosofía académica, una pose con la que trataba siempre de impresionar a sus amigos, para agarrarles luego por la nariz con fingida agitación, exclamando:
-¡Ajá! Te he pillado de sorpresa.
Resulta fácil al principio criticar sus puntos de vista sobre Hitler, pero no deben echarse en saco roto sus escritos filosóficos. Había rechazado la ontología contemporánea, insistiendo en que el hombre existía antes que el infinito si bien con no demasiadas opciones. Establecía una diferenciación entre existencia y Existencia, consciente de que cada una de las dos era preferible, pero nunca se acordaba de cuál. Según Needleman, la libertad humana consistía en conciencia de lo absurdo de la vida.
-Dios es Mudo –solía repetir con orgullo – y si consiguiéramos que el hombre se calle…Al Ser Auténtico, razonaba Needleman, sólo podía llegarse los fines de semana y no sin antes pedir prestado un coche. El hombre, de acuerdo con Needleman, no era una “cosa” separada de la naturaleza sino envuelta “en la naturaleza”,
incapaz de ver su propio existir sin fingir primero indiferencia y después correr a toda prisa hasta el extremo opuesto de la habitación con la espreanza de vislumbrarse a sí mismo.
La expresión con la que describía el proceso de la vida, Angst Zeit, más o menos traducible como Tiempo de Angustia sugería que el hombre es una criatura condenada a existir en un “tiempo”, donde no pasaba nada de particular. La integridad intelectual de Needleman le persuadió, tras largas meditaciones, de que él no existía, sus amigos no existían y que la única cosa real era su deuda con el banco por valor de seis millones de marcos. De ahí que le fascinase la filosofía nacional socialista del poder, y el propio Needleman reconocía:
-La camisa parda realza el color de mis ojos.
En cuanto se hizo evidente que el Nacional Socialismo era precisamente el tipo de amenaza que siempre quiso combatir, Needleman huyó de Berlín. Disfrazado de rododendro y moviéndose sólo de través, tres pasos rápidos a un tiempo, logró cruzar la frontera sin ser descubierto.
En todos los países de Europa por donde pasó Needleman, estudiosos e intelectuales se apresuraron a prestarle ayuda, deslumbrados por su prestigio. A lo largo de su huida, halló tiempo para publicar Tiempo, esencia y Realidad: Una Revaluación Sistemática de la Nada y su delicioso pero más informal Guía del Bien Comer en la Clandestinidad. Chaim Weizmann y Martin Buber organizaron una colecta y reunieron peticiones firmadas que permitiesen a Needleman emigrar a los Estados Unidos, pero en aquel momento el hotel que eligió se hallaba completo. Con los soldados alemanes a pocos minutos de su escondrijo en Praga, Needleman decidió finalmente irse a América como fuera, pero se encontró en el aeropuerto con que llevaba exceso de equipaje. Albert Einstein, quien viajaba en el mismo vuelo, le descubrió que simplemente con quitar las hormas de los zapatos podía resolver el problema. Ambos mantuvieron frecuente correspondencia desde entonces. Einstein le escribió:
“Su obra y la mía son muy similares, aunque no tengo una idea exacta sobre qué versa su obra”.
Ya en los Estados Unidos, raramente dejó Needleman de ser tema de controversia. Publicó su famoso ensayo No existencia: Cómo hacer si te ataca de pronto. Y también un trabajo clásico sobre filosofía lingüística, Módulos Semánticos de Funciones No-Esenciales, que inspiró una película de gran éxito, Los calmantes de la noche.
Anécdota típica: se le obligó a dimitir de su cargo en Harvard por su afiliación al Partido Comunista. Tenía el convencimiento de que únicamente en un sistema sin desigualdades económicas podía existir verdadera libertad, y citaba como modelo de sociedad el hormiguero. Se pasaba horas observando a las hormigas, y solía murmurar melancólicamente:
-Son realmente armoniosas. Sólo con que las hembras fueran más guapas, lo tendrían todo.
Detalle significativo: cuando Needleman fue convocado por el Comité de Actividades Antinorteamericanas, dio nombres justificando su acción ante los amigos con esta filosofía:
-Las acciones políticas no tienen consecuencias morales, sino que existen más allá del Ser Auténtico.
Por una vez, la comunidad académica quedó impresionada y hasta unas semanas después no decidió la Universidad de Princeton embrear y emplumar a Needlleman. Por cierto, Needleman utilizó ese mismo razonamiento para justificar su concepto del amor libre, pero ninguna de sus dos alumnas se dejó persuadir y la que tenía dieciséis años le denunció por inmoralidad.
Needleman se opuso con energía a las pruebas nucleares y junto con varios estudiantes fue a Los Álamos, para hacer una sentada en cierto lugar donde iba a producirse una explosión atómica. Conforme transcurrieron los minutos y se hizo obvio que la prueba tendría lugar según lo previsto, se oyó a Needleman murmurar:
-Ah, demonios.
Y salió corriendo. Lo que no publicaron los periódicos es que no había comido en todo el día.
Es fácil recordar al Needleman hombre público. Brillante, entregado, autor de Estilos de Modas. Pero es el Needleman de la vida privada a quien recordaré siempre con afecto, el Sandor Needleman que nunca iba sin su sombrero predilecto. Tanto es así, que fue incinerado con el sombrero puesto. Uno nuevo, me parece. O el Needleman que veía tan entusiasmado las películas de Walt Disney y a quien, pese a las lúcidas explicaciones que sobre la técnica de la animación le hacía Max Planck, no podíamos impedir que pretendiera hablar por teléfono, de persona a persona, con la ratita Minnie.
Cuando Needleman se hospedaba en mi casa, sabiendo que le encantaba una marca particular de atún, poía yo una buena provisión en la cocina. Era demasiado tímido para confesarme sus inclinaciones, pero en cierta ocasión, creyéndose solo, le oí abrir las latas una por una y musitar:
-Os quiero a todos.
Acompañándonos a la Ópera de Milan a mi hija y a mí, Needleman, al asomarse por el parco, se cayó al foso de la orquesta. Demasiado orgulloso para admitir que había sido un error, durante un mes seguido fue a la Ópera todas las noches y repitió la caída. No tardó en sufrir una leve conmoción cerebral. Al hacerle observar que su postura había quedado clara y resultaban innecesarias las caídas, replicó:
-No, unas cuantas veces más todavía. La verdad es que no duele tanto.
Recuerdo a Needleman en sus setenta aniversario. Su mujer le regaló un pijama. Needleman quedó visiblemente disgustado, por cuanto esperaba un Mercedes nuevo. A pesar de ello, en un gesto que caracteriza al hombre, se retiró a su estudio para desfogar la rabieta en privado. Luego se reincorporó sonriente a la fiesta y estrenó el pijama la noche de dos obras cortas de Arabel.
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Perfiles. Ed. Tusquets, 2001. Traducción de José Luis Guarner.
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1 comentario:
quizá esté un poco desinformado de los productos de las librerías últimamente, que cada vez que paso voy directo a la sección de Historia... y el resto lo compro en segunda mano, pero por curiosidad, ¿qué editorial es? ¿está en español? ¿se puede adquirir aún o no está catalogado? Y lo más importante, ¿por cuanto?
De vez en cuando me paso por tu blog en secreto, a través de tu rastro en los comentarios de kahlo, pero creo que con esta sólo te he dejado dos comentarios en tod este tiempo. Tienes cosas intewresantes. Un saludo.
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