
Leí con muchísimo placer am Charlotte Simmons, gracias a Noel. Es divertida hasta la extenuación y es, cualquier cosa, menos una novela realista. Su sorprendente puritanismo (¿Dónde quedo precisamente el psychadelic Wolfe que se ha limpiado al componer una universidad norteamericana libre de drogas pero no de alcohol?) no quita esos momentos cómicos llenos de sexo, que son una mezcla entre una letra de los Psycho Loosers y una versión nihilista de… American Pie. La novela de Wolfe no es una crónica social, más bien es una estupenda, espléndida, y sí, muy dickensiana caricatura social. Northrop Frye señaló el humor en Dickens como una de sus constantes y no sería ninguna impertinencia someter a ese mismo nivel a Wolfe, seguidor de Dickens: muchas veces el autor es su peor juez. No pretendo negar con esto la muy loable intención de Wolfe de ser un personaje, y esto tiene dos lecturas: la primera, la teórica, ya hemos visto que es tremendamente discutible y la segunda es muy evidente pero también muy notoria. Ser un personaje no es tarea fácil y pese a que lo consiguieron Oscar Wilde o Francisco Umbral, también es cierto que muchas veces esto puede oscurecer el grueso de su obra. Y mientras que I am Charlotte Simmons es un folletín divertido, contemporáneo al fin y al cabo, el nuevo realismo no parece que vaya a rendirse: en la literatura española, Circular de Vicente Luis Mora ha puesto de relieve que es posible combinar el compromiso con un experimentalismo sin límites. Algo que en cine tiene en su exponente en el aburrido Alejandro González Iñárritu del que precisamente Fernández Mallo se declaró alérgico. Y a todo esto le sumamos el retorno de Richard Price, el autor de una encomiable coda al estilo de Wolfe que responde al nombre de Clockers, con Lush Life. Porque la novela social entre sus muchas y variadas formas es también llamada muchas veces, novela negra. Aunque eso, es otra historia.
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