Misfits, Temporada 1
Escrita y creada por Howard Overman. Los episodios dirigidos por Tom Green y Tom Harper.
Seis deliciosos episodios forman la primera temporada de Misfits, descubierta por Salanova, una divertidísima, oscura, ambigua y juvenil serie que luce su orgullo británico desde la primera secuencia en la que conocemos a nuestros protagonistas, todos moduladores de un inglés tuerto y mutante, auténtica fiesta para amantes del slang y el exotismo. Esta serie reinventa el espíritu clásico de los tebeos de Stan Lee. El comentario más interesante lo da, por supuesto, el sensei Eloy Frenández Porta.
Por las mismas, la deconstrucción de los superhéroes está ya implícita, digamos, en Stan Lee. No quiero decir con ello que Lee ya lo hiciera todo, sino que el proceso de revisión del personaje superheroico que empieza en los años ochenta estaba in nuce en Spiderman.
Recuerda esta serie a Cronocrímenes por su idea de trasladar los marcos genéricos a un vaciado de épica, de sugerencia, de protagonismo urbano. Este es un relato superheroico desarrollado casi enteramente en un centro de servicio a la comunidad y sus protagonistas viven vidas que van del pub al Mall a su piso. El plano general se repite siempre: el paisaje es gris y desagradable. No hay nada más.
Pero, sobre todo, volviendo a la idea de Porta es regresar al espíritu de Stan Lee, pero difuminando: el superpoder es el causante de la mayoría de superproblemas. El tamiz es nuevo: la ambigüedad moral está hiperbolizada (capítulo quinto) hasta el punto que los asesinatos se convierten en la rutina de los superpoderes. Aunque el punto partida de esta serie sea idéntico a cualquier episodio de Expediente X o a la misma Smallville, su desarrollo la condiciona: no hay posibilidad de héroes, sino grupal, no hay posibilidad otra que la supervivencia. Poca cosa más.
A diferencia del film de Vigalondo, no renuncia a la intertextualidad. El mayor acierto es la subtrama de viajes temporales, que evoca tanto al film de Vigalondo como a Regreso al Futuro 2, que puede entenderse como una broma a costa del Days of the Future Past ya que el resultado se resuelve en una pequeña confunsión sentimental y con este toque costumbrista la serie desarticula plenamente la seriedad aburrida y lánguida de la aburrida Heroes. Usa irónicamente los diálogos de Spider-Man (los del cierre de la película, precisamente los más similares al propio cómic) como resolución a un conflicto (y lo convierte en gesto de ofensa), está llena de evocaciones como la de Nathan emulando El Gran Lebowski y cuyo clímax está en el plano final, evocador al homenaje raimiano de Kill Bill vol. 2 como al de El año pasado en Marienbad. La canción que escogen como cierre al descubrir el poder oculto de Nathan es To the End, himno de Blur con los backgrounds vocales de una no menos hipnótica François Hardy. Su videoclip, no menos emblemático, es una reescritura del film de Resnais: con la resurrección de un muerto, la serie evoca un plano, pero también una atmósfera sólo a través de la cultura pop. Este toque de genio, magistral, se demuestra una serie contemporánea.
Los desafíos vendrán en la segunda temporada. ¿Se decantará la serie por una reformulación de héroes y villanos o sabrán proseguir con un esquema que se diría a medio camino entre el Mark Millar más contemporáneo y el Jonathan Lethem más experimental? Millar en el fondo trata de recuperar la épica y Lethem busca una disolución de la realidad en la que el topos juega un papel vital. La serie se mueve en estos dos lugares, pero no ha hecho más que empezar a configurarse. El discurso final de Nathan, juvenil, emocionado y nihilista, en el sexto episodio es la perfecta metáfora de la serie: una juventud obligada a equivocarse y ser estúpida. El espíritu del error es lo único que les queda, insinúa Nathan en un episodio en el que los delincuentes juveniles son, por vez primera en la serie, los superhéroes. Una vez se cura la plaga, con una muerte seca y precipitada, todo vuelva a la noramlidad. No hay pretensiones heroicas, sólo perplejidad y extrañeza ante los sucesos. Los horizontes no podían ser menos prometedores.