La importancia de ser Almodóvar.
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Scott Esposito da cuenta de un fenómeno interesantísimo: los blogs son, toma ya, una lucha contra la agenda cultural establecida, aunque la reafirmen. Esposito observa que muchas de las adquisiciones de sus lectores habituales en Amazon no son novedades, lo cual es una gran noticia.
Sin embargo, también hay otros factores (económicos): en tiempos de crisis, el libro de bolsillo arrasa. La edición reducida de precio también implica cierto retraso respecto al gran lanzamiento. Si bien es cierto que he leído con cierta prisa lo último de Philip Roth , también advierto un año pobretón en lanzamiento y un auge del libro de bolsillo que puede provocar tener a mano cositas como esta. ¿Alguna novedad verdaderamente interesante? Poco puedo recomendarles más que el atrevido La soledad de los ventrílocuos, libro que debería discutirse hasta la afonía en cualquier foro ltierario del futuro.
De las venideras puede que la idea más irresistible sea Pride & Prejudice & Zombies, perfecto ejemplo de esas chorradas sublimes capaces de alegrarnos las relecturas de Austen. De las actuales, sólo El rival de Prometeo parece una buena garantía. En cuanto a ficción, El corrector es siempre una buena noticia. De Menéndez Salmón, La ofensa sigue siendo su trabajo más fascinante y el segundo, Derrumbe, comparte no pocas constantes con Cormac McCarthy, Zodiac y Memories of Murder. De eso se trata, el nuevo libro de ensayos de Juan Villoro, también ha tenido elogios encendidos y no es una mala opción.
Una de las novedades literarias más populares ha sido After Dark, constatación de que los editores, a parte de tener baratitas las estupendas Kafka en la orilla y la Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo, poco más van a rescatar del mejor Murakami, que se puede leer y admirar en inglés (incluyendo la crónica del atentado en el metro con gas sarín, la estupenda Dance, Dance, Dance y el soberbio Hard-boiled wonderland and the end of the world). No sorprende que un crítico reconocido como Vicente Luis Mora muestre su legítima indignación con su primer contacto con el autor.
After Dark
parece más un guión cinematográfico, un borrador lleno de instrucciones, más que una novela, una serie de instrucciones llenas de diálogos del todo absurdos, tanto en la traducción de Jay Rubin como en el de la habitual Lourdes Porta. Hay diálogos que son absolutamente ejemplares en su estupidez:
-Mari clava la mirada en el rostro de su interlocutor.
--¿Pretendes que te lo explique, aquí y ahora, con menos de doscientos caracteres, mientras tú te comes la ensalada de pollo?
-El hombre sacude la cabeza.
-No. Sólo estaba formulando en voz alta lo que se me había ocurrido, una especie de curiosidad. Tú no tienes por qué responderme. Me lo estaba preguntando mí mismo. Sólo eso.
-El hombre se dispone a emprenderla de nuevo con la ensalada de pollo, pero se lo piensa mejor y prosigue-: Yo no tengo hermanos, ¿sabes? Así que sólo quería conocer tu opinión. Los hermanos, hasta qué punto se parecen y en qué son diferentes. -Mari calla. El hombre, cuchillo y tenedor en mano, tiene la mirada clavada en un punto del espacio, sobre la mesa, mientras reflexiona.
Y habla.
-Una vez leí la historia de tres hermanos a los que una corriente de agua arrastró hasta una isla de Hawai. Es un mito. Uno muy antiguo. Lo leí cuando era pequeño y no me acuerdo de todos los detalles, pero la cosa iba así. Tres hermanos salieron a pescar, zozobraron por culpa de una tormenta y flotaron mucho tiempo a la deriva hasta que fueron arrojados por las olas a la playa de una isla deshabitada. Era una isla muy hermosa, con muchas palmeras, con árboles cargados de frutos y una montaña altísima irguiéndose en el centro de la isla. Aquella noche, un dios se apareció en sueños a los tres hermanos y les dijo: «En la playa, un poco más allá, encontraréis tres grandes rocas redondas. Empujadlas hasta donde queráis. Y allí donde os detengáis será donde viviréis. Cuanto más arriba subáis, tanto más lejos alcanzaréis a ver el mundo. Decidid vosotros hasta dónde queréis llegar».
El hombre bebe un sorbo de agua y hace una pausa. Mari pone cara de indiferencia, pero escucha la historia con atención.
-¿Lo has entendido bien hasta aquí?
Mari hace un pequeño gesto de asentimiento.
-¿Quieres oír cómo sigue? Es que, si no te interesa, me callo.
-Si no se alarga mucho.
-No. Es una historia bastante simple.
Tras tomar otro sorbo de agua, reemprende el relato.
Tal como les ha dicho el dios, los tres hermanos encuentran tres grandes rocas en la playa. Y tal como les ha dicho el dios que hagan, empiezan a empujarlas. Las rocas son muy grandes y pesadas, cuesta mucho moverlas y, además, hacerlas rodar pendiente arriba es terriblemente duro. El hermano menor es el primero en dejar oír su voz. «Hermanos», dice, «a mí ya me parece bien este lugar. Está cerca de la orilla y aquí podré pescar. Tendré suficiente para vivir. No me importa que mis ojos no alcancen a ver el mundo en toda su magnitud.» Los otros dos hermanos siguieron avanzando. Pero, al llegar a media montaña, el segundo hermano dejó oír su voz. «Hermano, a mí ya me parece bien este lugar. Aquí hay fruta en abundancia y tendré suficiente para vivir. No me importa que mis ojos no alcancen a ver el mundo en toda su magnitud.» El hermano mayor siguió avanzando por la cuesta. El camino era cada vez más estrecho y escarpado, pero él no flaqueó. Tenía un carácter muy perseverante y deseaba ver el mundo en toda su magnitud. Así que siguió empujando la roca hasta la extenuación. Tardó meses, casi sin comer ni beber, en arrastrar la roca hasta la cima de la montaña. Una vez allí se detuvo y contempló el mundo. Alcanzaba a ver más lejos que nadie. Allí era donde viviría en lo sucesivo. En aquel lugar no crecía la hierba, ni tampoco volaban los pájaros. Para beber, sólo podía lamer el hielo y la escarcha. Para comer, sólo podía mordisquear el musgo. Pero él no se arrepintió. Porque podía contemplar el mundo entero... Y por eso, todavía ahora, hay una enorme roca redonda en la cima de la montaña de aquella isla de Hawai. Ésa era la historia.
Silencio.
Mari pregunta:
-¿La historia tiene alguna moraleja, o algo por el estilo?
-Moralejas, yo diría que tiene dos. Una -dice él alzando un dedo-, que todos
somos distintos. Incluidos los hermanos. Y la otra -dice alzando un segundo
dedo-, que si realmente quieres saber algo, tienes que pagar un precio por
ello.
-Pues a mí me parece más sensata la vida que escogieron los dos hermanos menores -opina Mari.
-Sí, claro -reconoce él-. A nadie se le ocurre ir a Hawai para acabar lamiendo escarcha y comiendo musgo. Por descontado. Pero el hermano mayor sentía curiosidad por ver el mundo en toda su magnitud, y no pudo reprimirla. Por muy elevado que fuera el precio que tuviera que pagar.
La obsesión por los hijos únicos no es nueva en una novela de Murakami (recorría los primeros momentos de Al sur de la frontera, al oeste del sol) y aquí logra estar planteada de un modo todavía más obvio y simple. Por supuesto, hay buenos literatos japoneses para leer y rescatar, conocer algo más la posición de su literatura frente a una sociedad tan globalizada y todavía exótica para el ciudadano medio de Occidente con mucha tendencia a la idealización cateta y localista. Para los interesados, La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata es un estupendo cuento sobre las pulsiones eróticas en la muy turbia moral contemporánea japonesa. Además acaba de publicarse
Sanshiro de Natsume Soseki, reivindicado por Murakami y por toda una autoridad, Kenzaburo Oé.
Mientras el lector me hace el favor de poner este blog al día de los lanzamientos que nos perderemos, este bloguero se retira a terminarse Felicidad conyugal, pequeña joya de Tolstoi capaz de derribar su espantoso título en sus primeras frases y de proponer una reducida historia de pasiones no correspondidas, estupenda para no iniciados y un deleite menor (por distancia, que no por calidad) para tolstoianos natos.