lunes, marzo 24, 2008

I am Tom Wolfe: Al final, el realismo tiene solución

Stalking The Billion Footed Beast se llama el artículo con el que Tom Wolfe se manifestó a favor del realismo. El artículo se resume en el momento en que Wolfe asegura que los grandes novelistas (o lo que podría traducirse fácilmente en los novelistas que él prefiere) como Dickens, Dostoievski o Zola asumieron que debían ejercer de reporteros en nuestra sociedad para crear grandes obras. El artículo publicado hace más de una década en Harper's Magazine sigue teniendo cierta validez para defender y relanzar una nueva forma de realismo, que por supuesto Wolfe confunde en su relato: el caso de Nocilla Dream es muy significativo. Lo dije en su momento y lo repito de forma casi vieja, no hay que confundir los recursos formales con el fondo de una obra. Wolfe separa los novelistas sociales de los que no lo son, pero sin embargo cuando habla de virtuosos se olvida de que Don DeLillo es heredero de una tradición perfectamente postmoderna y también dickensiana, como aseguró James Wood en su día no sin cierta razón. El debate planteado por Wolfe es que el escritor no puede seguir al margen de su sociedad: de acuerdo. Pero que el escritor que nos fue cronista atento de la psychadelic experience no pretenda erigirse modelo de un realismo, porque es una falsedad. Una falsedad, insisto, terriblemente simpática.

Leí con muchísimo placer am Charlotte Simmons, gracias a Noel. Es divertida hasta la extenuación y es, cualquier cosa, menos una novela realista. Su sorprendente puritanismo (¿Dónde quedo precisamente el psychadelic Wolfe que se ha limpiado al componer una universidad norteamericana libre de drogas pero no de alcohol?) no quita esos momentos cómicos llenos de sexo, que son una mezcla entre una letra de los Psycho Loosers y una versión nihilista de… American Pie. La novela de Wolfe no es una crónica social, más bien es una estupenda, espléndida, y sí, muy dickensiana caricatura social. Northrop Frye señaló el humor en Dickens como una de sus constantes y no sería ninguna impertinencia someter a ese mismo nivel a Wolfe, seguidor de Dickens: muchas veces el autor es su peor juez. No pretendo negar con esto la muy loable intención de Wolfe de ser un personaje, y esto tiene dos lecturas: la primera, la teórica, ya hemos visto que es tremendamente discutible y la segunda es muy evidente pero también muy notoria. Ser un personaje no es tarea fácil y pese a que lo consiguieron Oscar Wilde o Francisco Umbral, también es cierto que muchas veces esto puede oscurecer el grueso de su obra. Y mientras que I am Charlotte Simmons es un folletín divertido, contemporáneo al fin y al cabo, el nuevo realismo no parece que vaya a rendirse: en la literatura española, Circular de Vicente Luis Mora ha puesto de relieve que es posible combinar el compromiso con un experimentalismo sin límites. Algo que en cine tiene en su exponente en el aburrido Alejandro González Iñárritu del que precisamente Fernández Mallo se declaró alérgico. Y a todo esto le sumamos el retorno de Richard Price, el autor de una encomiable coda al estilo de Wolfe que responde al nombre de Clockers, con Lush Life. Porque la novela social entre sus muchas y variadas formas es también llamada muchas veces, novela negra. Aunque eso, es otra historia.

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