sábado, abril 08, 2006

MARIDOS Y MUJERES: "TORMENTOS INTERIORES"

Maridos y Mujeres.
(Husbands and Wifes, 1992)
G y D.: Woody Allen.
I.: Woody Allen, Sydney Pollack, Mia Farrow, Judy Davis, Liam Neeson, Blythe Danner, Juliette Lewis, Lysette Anthony.
Duración.: 103 minutos. Color.
"Tú usas el sexo para expresar cualquier emoción menos amor".

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Woody Allen pasaba en 1992 por uno de los momentos más escandalosos de su carrera, que se convirtió en epicentro de una interesada prensa rosa, y en todo un desprestigio definitivo de su imagen en Estados Unidos, que lo sumió en el posterior olvido por los propios estadounidenses.

Mientras rodaba la película que hoy nos ocupa, su relación con la católica Mia Farrow había iniciado una fase de decadencia de la que el film recoge en cierto modo como un testigo. Este detalle no lo señalo como curiosidad u anécdota, ya que Maridos y Mujeres es una de las películas mas devastadoras y pesimistas del cineasta judío, y que supera en su grado de profunda misantropía a cualquier obra posterior, y anterior.

En Delitos y Faltas el habitual pesimismo del alter-ego de Woody Allen que encarnaba siempre en sus películas se convertía en pura materia fílmica. Manhattan es una comedia de cierto sabor agridulce sobre la brevedad de las relaciones, pero esta pequeña sensación sólo llega a su final, de una conseguida tristeza representada por la sonrisa tuerta de Isaac Davis que cierr la película.

Sin embargo en 1989 quizás reflejando su desencanto, Delitos y Faltas se convierte en una aparente secuela estructural de Hannah y sus hermanas porque toda la obra de Allen está conectada.

Así en cierto modo, estructuralmente Maridos y Mujeres toma la premisa de Manhattan al acercarse a dos parejas. Sin embargo todo ha cambiado mucho. La historia toma su inicio cuando Jack (Sydney Pollack) y Sally (Judy Davis) anuncian a sus amigos íntimos Gabe (Allen) y Judy (Farrow) que se separan. Esta noticia choca, ya que la pareja era a ojos de sus amigos, un matrimonio estable. Esta noticia no hace más que anunciar a modo de Apocalipsis, el devenir emocional que les espera.

Es curioso como la violencia siempre tiene varios usos, y en términos cinematográficos, como en Estados Unidos impacte mucho la violencia explícita, cuando el uso de esta suele ser muchas veces subversivo. Así es posible ver Kill Bill como un divertimento, pero resulta mucho más impactante ver otros usos de la violencia en la gran pantalla. La película de Woody Allen juega con la violencia íntima, psicológica, de los personajes. No vamos a asistir a ninguna tortura más que la de los propios personajes, que con sus gestos, miradas, y palabras se hacen más daño, que con cualquier cosa.

Esta violencia está recreada hasta el límite gracias al habitual savoir faire de un cineasta que combina guión y dirección con una sapiencia inabarcable. Aunque en realidad hable siempre de los mismos temas, lo que caracteriza a un buen artista es saber reinventarse a sí mismo, y abrir nuevas posibilidades en su obra para no quedar estancado en un discurso. A Allen se la echado en cara esto mismo, que no deja de ser cierto en determinadas ocasiones, sobretodo en sus películas más intrascendente. Siempre a mi modo de ver, no resulta así en muchas de sus obras clave, como es esta.

Formalmente Allen cambia radicalmente su clásico estilo de filmación de panorámicas. Ahora usa una cámara en mano para evocar a los trabajos de John Cassavetes, el padre del cine independiente norteamericano, y lograr una introspección en los personajes propia del estilo fílmico del director, siempre cercano al documental. Sin embargo la cámara en mano tiene un doble uso. El neoyorquino demostró en su siguiente película, también amparada en este estilo cassavetiano Y también estructura el film como si fuera un documental, con los personajes declarando a un director imaginario sus propios sentimientos.

La estructura documental supone para Allen en cierto modo jugar con la posibilidad que ofrece la ficción. Porqué nunca sabemos en esta historia donde empieza y acaba la realidad. Los juegos de metaficción son una constante de la filmografía alleniana. La estructura documental también está presente en Zelig pero plenamente como falso documental y a posteriori, aparecería de nuevo en Acordes y desacuerdos.

Sin embargo aquí el documental se combina perfectamente con una narración cortada y violenta, de situaciones claramente pasionales. Lo que parece obvio del cine de Woody Allen, es que sus referencias siempre aparecen en un diálogo de los personajes, pero eso es algo que resulta virtuoso. Porqué demuestra no ser un cine ataviado de pedantería, o reservado para cierto público. Es obvio que las películas de Allen pueden gustar más o menos, y que llegar cabe profundizar algo para llegar a su visión total de virtudes (o defectos claro) pero son entendibles a gran escala, ya que enfatiza su mensaje, y lo expresa de una forma tan inteligente como sencilla. No hay ambigüedad, pero si que hay una gran clarividencia. Así en la película se evocan a Tolstói y Dostoievski cómo referencias de las grandes historias de pasión y moral, pero también se analiza con gran énfasis el estado de la burguesía neoyorquina de la actualidad. Porqué, ¿qué es Allen sino un gran cronista de las relaciones humanas? Así, encontramos una obvia colleja a la escuela del psicoanálisis posmoderno dirigido por Jacques Lacan, en una breve línea de diálogo donde Gabe ya muestra sus reticencias. Aunque juegue al documental, la posición del director es clara, y es que no parece que los psicoanalistas ayuden a resolver el problema, lo convierten en un sujeto egoísta, o al menos así se muestra con cierta desesperanza en los personajes femeninos del film. Pero esto no queda más como un breve apunte sarcástico, ya que la filmografía de Allen se basa siempre en parámetros freudianos, y nunca duda en sacarlos a la luz. El problema de los personajes, esquivos siempre de los problemas, es ese. Que no se comunican, y quieren dar una falsa sensación de que todo va bien.
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En la película se incluyen elementos premonitorios de Desmontando a Harry. Se cita por un lado a Fresas Salvajes de uno de sus preferidos, Ingmar Bergman, y por el otro, cuando uno de los personajes comenta a Gabe su novela, se muestran en pantalla lo narrado, y además del clásico juego de las ficciones, se resume en perfecto la esencia del film. Cada uno de los personajes desea lo que el otro tiene. Queda constante que el universo alleniano siempre se conecta, y eso es para los que le admiramos un pequeño añadido, aunque es comprensible que resulte para otros un tanto repetitivo.

Al finalizar la película Gabe aparece contando su actual situación, suspira ¿Hemos terminado? Y el pesimismo se adueña de una película disfrazada de aparente comedia. No tiene el aspecto de sus pretendidos films serios, y aunque tiene diálogos ingeniosos, Allen borda una de las películas más inquietantes y amargas sobre las relaciones de pareja de fin del siglo XX.

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