, película que progresivamente me ha gustado menos y menos y me ha parecido más deshonesta, discutible y cuestionable. Ahora trataré de explicar porque creo que la película de Michael Bay es uno de los peores blockbusters del último Hollywood, tramposo y tópico, sin apenas gancho. Es evidente que hace dos años no tenía las mismas lecturas, pero también es que fui poco crítico con la película y me enamoré de su presunta, que no es tal, estupidez, entendiéndola como acto de sinceridad manifiesta cuando no lo es. Vamos a analizar a fondo este blockbuster que reúne, a priori, muchas condiciones para ser considerado emblemático con los datos obvios y demás: Está dirigido por Michael Bay, uno de sus artíficies más exitosos. Su recaudación ha sido siempre lucrativa, destacando
como máximo exponente estilístico. Tiene un presupuesto superior a los 100 millones de dólares. En anglosajón, big budget. Está basado en una antigua línea de juguetes de los años ochenta de Hasbro, luego convertida en una serie de animación (seguida de miles de secuelas) emitida entre 1984 y 1987 que obtuvo un gran éxito. Sin embargo, los fans de la serie, que obtienen su recompensa con varios guiños, no son el público objetivo: la reinvención estética es considerable.
Pasado el aluvión de datos, pasemos a ver de qué se ha ocupado Bay en estos últimos años. Es un cineasta obsesionado por ser el último (tal vez el nuevo) James Cameron y el niño prodigio de la publicidad y los videoclips. De su trabajo en estos últimos vinieron las primeras acusaciones de la cinefilia, que asociaban el formato (el videoclip) a una retórica estilística que era negativa per se. Falacia evidente y ya superada dado que Spike Jonze o Michel Gondry encabezan a un grupo consolidado por Tarsem Singh, compañero de clase de Bay, o Jonathan Glazer, autor de la nunca recordada Birth, como cineastas no ya interesantes, sino con un punto renovador del que carecen muchos de ellos. En fin, yendo al grano, Armageddon sufre de dos lacras: su mala dirección (incapaz de superar un pasable prólogo) anclada en la pérdida de tensión en su largo clímax final y su aparatoso guión, vano intento de rehacer el compañerismo working class de Abyss, pero sustituyendo el encuentro y contacto alienígena/superior por un sacrificio heroico retransmitido en directo. El éxito del film fue tal que Bay se animó a realizar su película ambiciosa, ideal para una USA en tiempos post-Ttitanic: Pearl Harbour, su cinta más sincera y personal, aquella en que mezcla una añeja historia de amor con un discurso primitivo sobre la segunda guerra mundial, dando el enfoque perfecto para su público (el de la vergonzosa causalidad moral) y devolviendo el cine a una de sus raíces primitivas: el de propaganda, pero en tiempos de revisionismo, en este caso patriótico. Después de este fracaso crítico, que no de público, vuelve a terrenos más seguros con Bad Boys 2, versión alargada y épica (esto es, de largo alcance) de la primera entrega, y de nuevo intenta colarse en el cine serio con La isla, película que desaprovecha su irresistible punto de partida (fruto de los cómpices abramsianos Kurtzman & Orci) para terminar siendo una versión, entre sentimental y también aparatosa, de sus películas anteriores pero con breve excusa retrofuturista. La recaudación de la película a nivel doméstico defrauda y la salvan del fracaso total su triunfo extranjero. Con esto pretendo explicar que Transformers, pretendida hipérbole paródica de sus motivos, no es un film honesto, sino una última vía: el verdadero Bay trata de construir un discurso serio con el que ha fracasado dos veces ya que tanto Pearl Harbour como La Isla son intentos de hacer un cine con un modelo previo serio, ya sea Titanic (1997) o Minority Report (2002). Bay lo que hace no es tanto asumir sus limitaciones, como enmascararlas: la parodia surge del exceso, del agotamiento, no del fracaso creativo. Caso opuesto es el de John Woo, cineasta que en su etapa hollywoodiense amén de películas abiertamente desastrosas (Paycheck; Broken Arrow) si accede a una parodia de su estilo (e incluso de sus temas) del todo interesante. Human Target, Face/Off y Mission Impossible 2 son, esencialmente, cintas de Woo barrocas (aunque la primera es la más singular de ellas y eso lo explicó bien John Tones) porque vienen después de su límite estilístico, Hard-boiled, cinta que mezclaba el esencialismo argumental con la más absoluta y abrupta poesía formal, absolutamente sobrecargada (para muestra este largo plano secuencia concibiendo el tiroteo como barrena). O incluso en términos de riesgo, gana la partida McG: su primera película, Los ángeles de Charlie (2000), parece condenada al análisis ceñudo y fácil, cuando es en realidad una anomalía: es un blockbuster de acción no ya feminista, algo saludable y natural tras el declive de los action heroes surgidos en los ochenta, sino un comentario ácido sobre un mito de la cultura pop de los setenta (la serie en la que se basa) cuyos ecos devienen pesadilla contemporánea: su villano, sádico y malvado, baila feliz a Marvin Gaye mientras amenaza a su protagonista. Más allá de eso, McG sofistica también su concepción de la acción, pero eso ya lo veremos en otros posts sobre la película. Es interesante citar el caso contrario: en su secuela, McG demuestra que su repetición de procedimientos (exacta a la de su entrega anterior) implica conformismo y resta relevancia a la originalidad de su debut, que no sigue para nada las directrices dramáticas o narrativas de su género (el blockbuster veraniego, versión action movie).
El precedente más claro de Transformers es Small Soldiers, la película que Joe Dante estrenó en 1998 y que también tenía su concepto en juguetes propensos a la acción y con la que comparte esta película, además, productor ejecutivo: Steven Spielberg. Dante usó el ejército como motivo de su habitual parodia, los juguetes como comentario (otro más) sobre la sociedad mediática y desmitificó de todo propósito de ultra heroísmo bigger than life a su lado bondadoso, dándolos un toque marginal, naturalista y solitario. Los villanos, agresivos y repletos de one liners, certificaban el espectáculo a la Rambo a pequeña escala y la película convertía al monstruo villano en uno de sus heroísmos. La película que nos ocupa no cuestiona nada, no se propone ningún tipo de desmitificación ni de comentario distinto: de haber reinvención del kaiju eiga o incluso, siendo más genéricos, de la monster movie, habría también un cambio dialéctico o enfático como lo hay en Cloverfield (2008) o lo hubo en Alien (1979). La película de Bay es felizmente conservadora: el ejército es bondadoso y servicial y buenos y malvados se enfrentan a placer. Ningún problema con esto, pero conviene señalarlo.
Así pues el otro precedente formal de Transformers está en Japón, naturalmente, ya que la inspiración de la estética del Super Robot Manga (famoso aquí por Mazinger Z) es obvia, igual que su deuda con el kaiju eiga. De este último, el ejemplo quintaesencial es Mothra vs. Godzilla
(1964) duelo titánico que supone la cima de una fórmula (ya ensayada en King Kong vs. Godzilla) cuya fórmula consiste en llegar a un clímax definitivo con los bicharracos gigantescos peleando hasta que desaparecen en el mar o por excusas irrisorias…siempre hasta la siguiente entrega. En Destroy All Monsters! (1968) los monstruos ya habían encontrado su lugar en el que vivir en paz en una isla y su reunión se veía quebrantada por la visita de monstruos malvados: a los crossovers les siguió el exceso y la diversión hechas por un Ishiro Honda ya absolutamente dueño de todos los protagonistas que manejaba (lean al maestro Absence y su post sobre King Kong escapes). El cine de la Toho dirigidos por Ishiro Honda son imaginativos (pese a tratarse de producciones de presupuesto limitado) y sobretodo artesanales, honestos y atractivos por su apuesta esencialista y su poderío al enfrentar iconos con tanta desfachatez.
Bien ahora pasemos al humor, una clave muy hábil y errónea proporcionada por los guionistas Roberto Orci y Alex Kurtzman. Los diálogos puntean el chiste en dos ocasiones: Esto parece sacado de los cómics dice un soldado y presenciamos la discusión sobre el número de garras de Lobezno y Freddy Kruger. Estas dos frases, aisladas con el tono de la película y la descripción arquetípica, voluntariosamente estereotipada de sus personajes, son claves para inducir al espectador a una reinterpretación de lo que está viendo y hacerle sentir cómplice. Pero ¿tiene alguna aportación el chiste más allá de la complicidad facilona? No. En Jóvenes ocultos, los tebeos eran la clave para combatir a los vampiros. No era un guiño simplemente suponiendo que el lector de Marvel amaría la película, igual que el joven gothic (justamente los dos arquetipos protagonistas, fácilmente identificables como target: el lector de tebeos superheroicos colorista con el joven romántico y dark). Era algo que tenía una implicación discursiva muy interesante: la cultura pop es, qué duda cabe, la que ha prolongado y ha vivificado los viejos mitos del horror, tal y como ha explicado Tones en Interzona. El vampiro ha sobrevivido con muchísima dignidad en las viñetas y clásicas son las aportaciones de la EC, además de su incorporación al universo Marvel, con personajes como Blade o el villano de Spider-Man, Moebius. En ese sentido, la película se enmascara en los diálogos su derecho a ser convencional y simple, pero ni siquiera en eso es coherente: no hay absolutamente ningún problema en el hecho de que una película con las pretensiones de narrar un duelo de robots gigantes en la Tierra no tenga personajes (humanos) bien construidos ya que la retórica es la de la destrucción masiva. Lo que sí es un problema es que estos humanos ocupen gran parte del metraje, de un metraje abusivo y finalmente aburrido (144 minutos dura la película y ninguna de sus excusas argumentales, finalmente con el peso de una historia, tiene el más mínimo interés). Porque Transformers no es una cinta esencialista, como si lo eran las de Honda, o una irónica y humorística y crítica, como la de Dante, sino una contradicción permanente: a lo que en realidad se anuncia como la batalla definitiva entre Autobots y Decepticons, termina siendo una aburrida historia de invasión alienígena, repetición de momentos anteriores (de nuevo justificada como autohomenaje, buscando Bay camuflar su falta de pudor o creatividad por descaro) ya sea por la vía oral (Esto es mil veces mejor que Armageddon dice un niño cuando aterrizan los Transformers, evocando la secuencia de aquella) o directamente visual (el estudio de los pequeños transfromers, la vengala sacada de La Roca). Es la historia de un honrado ejército que ayuda a salvar al mundo y de cómo un muchacho, humano, derrota al malvado de una sobrecarga eléctrica.
Pero respecto a lenguaje ¿se ha convertido Bay en un director capaz de dotar de virtuosismo a su estilo por la temática (robots gigantes)? No. Hete aquí la otra gran trampa de la película. Aunque primero es conveniente señalar los aciertos de Transformers, que los tiene y luego pasar a sus errores. El gran acierto de esta película, la escena sublime (y aislada en tono y estilo) que la rige es su reinvento del vodevil con androides enormes en un jardín. A esto le sumamos la situación de humillación del adolescente por par te de sus padres mientra la chica de sus sueños permanece escondido. La suma se traduce con los únicos momentos de imaginación y diversión que ha dado el cine de su autor:
Curiosamente este instante, memorable, es también una de las secuencias más largas de Bay (ya es decir) jugando con los quick pans como motor del humor, descabellado.
En este otro, mediante grúa, Bay consigue concebir el plano general más divertido de toda la película, traduciendo la angustia (siempre en planos cortos y cercanos) de los ocultados en una hipérbole absoluta.
Otra de las trampas Bay es que no importa la historia que cuente, sea de policías, fugas, duelos entre entes mecánicos o viajes espaciales. Ni tampoco importa su cámara. La textura del film es idéntica.
Y volviendo a la acción. En las explosiones Bay nunca busca la planificación, se limita a ser robótico (alternando planos áereos con un par de explosiones expresivas). Sólo hay pobreza estética (a años luz de un James Cameron, por ejemplo).
Por ejemplo, esta película brilla cuando escoge ángulos inmersivos.
En el duelo en la autopista Optimus prime tira a Megatron hacia abajo. Bay escoge el plano ideal.
Pero enseguida viene su justificación para el espectador.
Y regresa de nuevo.
La inmersión se pierde por la sobreexplicación visual demasiado convencional y que resta el tono testimonial. Esta falta de atrevimiento está en toda la película cuando da con un hallazgo visual interesante.
Cuando Bay consigue un plano inmersivo, pasa siempre a la tranquilidad del plano general, a la rígida rutina de la planificación.
Y aquí encontramos un bello travelling lateral de destrucción de un edifcio, pero truncado pronto por la recordada rigidez, convención. Enseguida la estética multicámaras implica la pérdida de plasticidad. Así todo el tiempo, Bay tan sólo brilla en los slow motions y en el resto carece de un singular modo de planificar su batalla, más bien uno poco creativo y axfisiado en su complacencia y la limitación justamente de su alto presupuesto.
Me gustaría terminar esta rectificación señalando que una película tan aburrida e incapaz como Piratas del Caribe: el cofre del hombre muerto incluye un homenaje conceptual a Mothra vs. Godzilla. Esto tiene un significado claro: la cultura generalizada como friki es la que impera ahora en el Poder, la que ha llegado ahora a la treintena. La cinta de Verbinski es técnicamente superior a sus referentes, pero ha perdido todo su sentido, ha sido despojado de toda lógica o genuina imaginación: lo que queda es un espejismo, aparatoso, de lo que en su día fue sense of wonder. Es justo eso lo que es y significa Transformers: la muerte del blockbuster veraniego, el triunfo de un cine sin ya gusto por el lenguaje ni la honestidad y sobrecargado de presupuesto y posibilidades. Es el fracaso de esa subcultura que en los noventa se anunciaba freak y ahora sobrevive acrítica, conformista y sin distinguir tipos de discursos, algo que lo fagocita un mainstream que ya sabe como camuflar y simular complicidades porque ha aprendido las estrategias de la generación anterior. En las reseñas de esta película no paró de invocarse el espíritu Amblin, haciendo referencia a un tipo de cine (Dante, Zemeckis) que siempre fue mucho más sofisticado e irónico con la tradición que esta película. Lo interesante es que una película tan pretenciosa (¿por qué unir tres historias, a cada cual menos interesante, sólo para justificar la llegada de los transformers a la ciudad?) es su trampa mortal: es el crítico el que debe ser esencialista en su pensamiento, no la película Esta retórica es propia del fan y del entusiasmo inicial por su atractivo iconográfico: ¡Son robots gigantes combatiendo! Y también un ejemplo de ineptitud narrativa, poca concisión y una incoherencia brutal, algo que ninguna película que se quiera ver o soñar esencialista debe ser.